viernes, 27 de julio de 2012
domingo, 15 de julio de 2012
LOS DISCURSOS DEL PRESIDENTE
La situación en el
país, hasta la fecha, en los temas concernientes a las inversiones en minería, se
presenta cada día más compleja y conflictiva. En la última semana de junio, el
jefe de Estado se dirigió a la nación mediante un discurso donde el tema
principal fue ¡Conga, va!
Si bien es cierto Ollanta
Humala, garantiza que de ningún modo se llevarán a cabo proyectos que amenacen
u obstaculicen el consumo de agua de la población involucrada, no podemos ahora
prever el futuro, si los intereses en juego son más poderosos que el propio
Estado. La desconfianza en las labores del Estado y de cualquier funcionario
público, antecede a cualquier tipo de coordinación entre gobernantes y
gobernados; ello ha facilitado que toda promesa se asuma como una mentira más.
Las reacciones han sido inmediatas. El Presidente regional de Cajamarca,
Gregorio Santos, así como el padre Marco Arana han declarado que ello significa
la imposición de parte del Ejecutivo del proyecto.
Fácilmente puede
verse que la postura del Estado frente a este y otros conflictos similares, es
en defensa de las inversiones en minería, esté o no de acuerdo la población
afectada, según el último discurso del Presidente Ollanta Humala. En suma, las
inversiones en este rubro, continuarán.
No sólo se trata de contradicciones por
discrepancias ideológicas, sino que hasta la fecha el número de los detenidos,
heridos y fallecidos a causa de los enfrentamientos en las jornadas de
protesta, se ha convertido en un factor que mina el camino hacia un diálogo
civilizado, y la incertidumbre en la sociedad civil parece estar aumentando. No
puede negarse que el país se ha polarizado a favor y en contra de las
inversiones en actividades extractivas, que son propias de países que cimientan
su política económica en el modelo primario exportador. (A propósito, sobre el
supuesto crecimiento peruano gracias a la minería, el economista norteamericano
Michael Porter, opina que "Este crecimiento es una ilusión y no es real.
Hay un estancamiento de las exportaciones de bienes manufacturados y de
servicios").
Muchos columnistas
y analistas coyunturales, concuerdan en que la situación ha generado una
especie de termómetro social. Si uno está a favor de la minería, se considera
una persona de bien, cuerda, inteligente, facilitadora del desarrollo del país;
pero si un asume una postura en contra de las explotaciones mineras en el país,
de inmediato es considerado traidor, un obstáculo para el desarrollo del país,
violentista, y hasta terrorista. En palabras del premier Oscar Valdés, formaría
parte de ese despreciable grupo de los congelados, podridos e incendiarios.
Sucede que en las
últimas décadas, nuestros gobernantes de turno propalan el mensaje como un
guión dogmático que el desarrollo de una gran empresa (entiéndase, obtención de
grandes ganancias) representa o es sinónimo de “desarrollo del país”. Si una
empresa obtiene ganancias y está creciendo, se asume que es el país el que está
ganando y está desarrollándose. En otras palabras, si los empresarios —no, los
ciudadanos ni ciudadanas— están aumentando sus patrimonios personales, indica
el gran éxito del país como país.
En el año 2011, antes de la segunda vuelta, Ollanta
Humala leyó ante la nación su “Compromiso
en defensa de la democracia y contra la dictadura”, en el cual, el punto 11
declaraba lo siguiente: “Nos empeñaremos en prevenir y solucionar los
conflictos sociales”; concluyendo su carta con un juramento cuasi religioso:
“Juro ante Dios, ante la Historia y ante mi pueblo que… seré un Presidente que
solo actúa dentro de la Constitución y el Estado de derecho”. Pero las
declaratorias de emergencias (quiebras del estado de derecho) se han dado antes
de cumplir un año en el poder, en varias localidades del país.
El 20 de junio del presente años, en Río de
Janeiro, en la “Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible Río +20”, en una parte de su
discurso declaraba que “La nueva
visión que promueve el Perú se orienta a impulsar una nueva manera de usar
nuestros recursos naturales y una nueva relación con las actividades
extractivas”. Pero esa visión que él llama “visión que promueve el Perú”, no
necesariamente es una visión compartida por todos los peruanos y peruanas. En
el mejor de los casos podría ser una visión compartida entre muchos de los
empresarios interesados y con capacidad de grandes inversiones en actividades
extractivas, por ejemplo. Pero los empresarios, por sí solos, no constituyen el
país.
Y el día 23 de junio, ante un país con los ojos
puestos en Cajamarca donde la pugna en torno al proyecto Conga parece ir
complicándose cada día más, dijo que “recuperaremos la confianza de la
población en un Estado capaz de sancionar malas conductas ambientales”; pero
precisamente es ese Estado el que ha perdido toda confianza en algunos sectores
de la población. Luego agregó lo siguiente: “estamos, y siempre estaremos
dispuestos a recibir propuestas que nos permitan construir conjuntamente el
desarrollo sostenible”. Sin embargo, ese “desarrollo sostenible” es ya, al
parecer, un modelo elaborado y sacramentado frente al cual sólo queda
adherirnos a sus postulados y parámetros. Además, ¿cuáles son los mecanismos
para la presentación de “propuestas”?
Pero el mensaje medio conciliatorio y prudente del
día 23, fue opacado por el mensaje del día siguiente leído en Huaraz durante la
conmemoración del Día del Campesino. “No podemos permitir que los que no
quieren el cambio se disfracen y vengan a luchar en contra del cambio”, leyó en su discurso, aludiendo a los llamados
“antimineros”, término que se ha convertido casi en sinónimo de “antiperuanos”;
y más adelante aseguró: “estamos trabajando una nueva relación con las
actividades extractivas, de tal manera que esa gallina de los huevos de oro
ponga más huevos”.
U Ollanta Humala está tan seguro de lo que dice y
cree fervorosamente que “sólo la minería salvará al Perú”, o es sólo el
portavoz de la fe de otros peruanos o de otros inversionistas “globalizados”
que miden las promesas del porvenir y perciben el futuro del país al ritmo de
las proyecciones de sus inmensas ganancias.
Se olvida que así como ahora el “boom de la minería”,
es capaz de prometernos un fabuloso país en el futuro cercano; lo fue el boom
del guano y el salitre, el boom del caucho, el boom de la harina de pescado, y
el boom de la caña de azúcar; todas ellas, en su momento, erigidas como máximas
promesas para convertir a este pobre país, en una gran potencia al nivel de los
países europeos. Pero resultaron ser no más que visiones particulares de pocos
inversionistas, secundados por los gobernantes de turno y políticos coetáneos,
y obviamente, auxiliados por una prensa atenta para hacer eco de las
sensaciones del momento.
En el famoso “Compromiso
de Ollanta Humala con el Pueblo Peruano”, reconoce que “Los hombres y las mujeres son
diversos, cultural, social, económica y políticamente. Piensan distinto”, para
luego agregar que “Lo contrario sería una sociedad monocorde y un poder que se
escucha a sí mismo”. Sin embargo, es eso precisamente lo que está sucediendo.
La propensión de un país monocorde al remar hacia esa dirección, por decisión
unilateral. La visión de país, el modelo de desarrollo, que se resume en la
idea que confunde o convierte en sinónimo a la “rentabilidad empresarial
privada” con el “desarrollo del país”, es una visión particular que de pronto
se nos vende y no tenemos otra alternativa que comprarlo “sin dudas ni
murmuraciones”.
“Se
busca mantener el crecimiento económico, con estabilidad macroeconómica,
incorporándole la inclusión social y efectuando una mejor distribución de la
riqueza”, leemos en la cacareada “Hoja de Ruta”. Como si la “distribución de la
riqueza” fuera una promesa novísima, sin embargo ha sido una de las más
fervientes aspiraciones de gran porcentaje de peruanos y peruanas, desde que la
pobreza emergió como una de las situaciones que sugería una atención inmediata
antes que adquiriera el grado cancerígeno que ahora tiene.
Y la
“inclusión social” tantas veces mentada en los últimos años, no es otra cosa
que una nueva versión de esa vetusta “distribución de la riqueza”, cada día más
inalcanzable, porque la brecha entre pobres y no pobres, contra todo
pronóstico, se ensancha más. Pero como dicen, la esperanza es lo último que se
pierde, el país espera que el papel de mediadores o facilitadores del diálogo
en Cajamarca, que han asumido el padre Gastón Garatea y Monseñor Miguel Cabrejos,
cumpla los objetivos trazados. No obstante, como aclaró Monseñor Cabrejos, es
necesaria la presencia del gobierno en este nuevo proceso de búsqueda de
diálogo entre las partes involucradas.
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