domingo, 15 de julio de 2012

LOS DISCURSOS DEL PRESIDENTE

Ollanta Humala, dirigiéndose a la población de Ancash el 24 de junio de 2012. (Cortesía: Presidencia de la República del Perú. http://www.presidencia.gob.pe/images/stories/presidente_ancash_dia_campesino.jpg).


La situación en el país, hasta la fecha, en los temas concernientes a las inversiones en minería, se presenta cada día más compleja y conflictiva. En la última semana de junio, el jefe de Estado se dirigió a la nación mediante un discurso donde el tema principal fue ¡Conga, va!
Si bien es cierto Ollanta Humala, garantiza que de ningún modo se llevarán a cabo proyectos que amenacen u obstaculicen el consumo de agua de la población involucrada, no podemos ahora prever el futuro, si los intereses en juego son más poderosos que el propio Estado. La desconfianza en las labores del Estado y de cualquier funcionario público, antecede a cualquier tipo de coordinación entre gobernantes y gobernados; ello ha facilitado que toda promesa se asuma como una mentira más. Las reacciones han sido inmediatas. El Presidente regional de Cajamarca, Gregorio Santos, así como el padre Marco Arana han declarado que ello significa la imposición de parte del Ejecutivo del proyecto.
Fácilmente puede verse que la postura del Estado frente a este y otros conflictos similares, es en defensa de las inversiones en minería, esté o no de acuerdo la población afectada, según el último discurso del Presidente Ollanta Humala. En suma, las inversiones en este rubro, continuarán.
No sólo se trata de contradicciones por discrepancias ideológicas, sino que hasta la fecha el número de los detenidos, heridos y fallecidos a causa de los enfrentamientos en las jornadas de protesta, se ha convertido en un factor que mina el camino hacia un diálogo civilizado, y la incertidumbre en la sociedad civil parece estar aumentando. No puede negarse que el país se ha polarizado a favor y en contra de las inversiones en actividades extractivas, que son propias de países que cimientan su política económica en el modelo primario exportador. (A propósito, sobre el supuesto crecimiento peruano gracias a la minería, el economista norteamericano Michael Porter, opina que "Este crecimiento es una ilusión y no es real. Hay un estancamiento de las exportaciones de bienes manufacturados y de servicios").
Muchos columnistas y analistas coyunturales, concuerdan en que la situación ha generado una especie de termómetro social. Si uno está a favor de la minería, se considera una persona de bien, cuerda, inteligente, facilitadora del desarrollo del país; pero si un asume una postura en contra de las explotaciones mineras en el país, de inmediato es considerado traidor, un obstáculo para el desarrollo del país, violentista, y hasta terrorista. En palabras del premier Oscar Valdés, formaría parte de ese despreciable grupo de los congelados, podridos e incendiarios.
Sucede que en las últimas décadas, nuestros gobernantes de turno propalan el mensaje como un guión dogmático que el desarrollo de una gran empresa (entiéndase, obtención de grandes ganancias) representa o es sinónimo de “desarrollo del país”. Si una empresa obtiene ganancias y está creciendo, se asume que es el país el que está ganando y está desarrollándose. En otras palabras, si los empresarios —no, los ciudadanos ni ciudadanas— están aumentando sus patrimonios personales, indica el gran éxito del país como país.
En el año 2011, antes de la segunda vuelta, Ollanta Humala leyó ante la nación su “Compromiso en defensa de la democracia y contra la dictadura”, en el cual, el punto 11 declaraba lo siguiente: “Nos empeñaremos en prevenir y solucionar los conflictos sociales”; concluyendo su carta con un juramento cuasi religioso: “Juro ante Dios, ante la Historia y ante mi pueblo que… seré un Presidente que solo actúa dentro de la Constitución y el Estado de derecho”. Pero las declaratorias de emergencias (quiebras del estado de derecho) se han dado antes de cumplir un año en el poder, en varias localidades del país.
El 20 de junio del presente años, en Río de Janeiro, en la “Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible Río +20”, en una parte de su discurso declaraba que  “La nueva visión que promueve el Perú se orienta a impulsar una nueva manera de usar nuestros recursos naturales y una nueva relación con las actividades extractivas”. Pero esa visión que él llama “visión que promueve el Perú”, no necesariamente es una visión compartida por todos los peruanos y peruanas. En el mejor de los casos podría ser una visión compartida entre muchos de los empresarios interesados y con capacidad de grandes inversiones en actividades extractivas, por ejemplo. Pero los empresarios, por sí solos, no constituyen el país.
Y el día 23 de junio, ante un país con los ojos puestos en Cajamarca donde la pugna en torno al proyecto Conga parece ir complicándose cada día más, dijo que “recuperaremos la confianza de la población en un Estado capaz de sancionar malas conductas ambientales”; pero precisamente es ese Estado el que ha perdido toda confianza en algunos sectores de la población. Luego agregó lo siguiente: “estamos, y siempre estaremos dispuestos a recibir propuestas que nos permitan construir conjuntamente el desarrollo sostenible”. Sin embargo, ese “desarrollo sostenible” es ya, al parecer, un modelo elaborado y sacramentado frente al cual sólo queda adherirnos a sus postulados y parámetros. Además, ¿cuáles son los mecanismos para la presentación de “propuestas”?
Pero el mensaje medio conciliatorio y prudente del día 23, fue opacado por el mensaje del día siguiente leído en Huaraz durante la conmemoración del Día del Campesino. “No podemos permitir que los que no quieren el cambio se disfracen y vengan a luchar en contra del cambio”,  leyó en su discurso, aludiendo a los llamados “antimineros”, término que se ha convertido casi en sinónimo de “antiperuanos”; y más adelante aseguró: “estamos trabajando una nueva relación con las actividades extractivas, de tal manera que esa gallina de los huevos de oro ponga más huevos”.
U Ollanta Humala está tan seguro de lo que dice y cree fervorosamente que “sólo la minería salvará al Perú”, o es sólo el portavoz de la fe de otros peruanos o de otros inversionistas “globalizados” que miden las promesas del porvenir y perciben el futuro del país al ritmo de las proyecciones de sus inmensas ganancias.
Se olvida que así como ahora el “boom de la minería”, es capaz de prometernos un fabuloso país en el futuro cercano; lo fue el boom del guano y el salitre, el boom del caucho, el boom de la harina de pescado, y el boom de la caña de azúcar; todas ellas, en su momento, erigidas como máximas promesas para convertir a este pobre país, en una gran potencia al nivel de los países europeos. Pero resultaron ser no más que visiones particulares de pocos inversionistas, secundados por los gobernantes de turno y políticos coetáneos, y obviamente, auxiliados por una prensa atenta para hacer eco de las sensaciones del momento.
En el famoso “Compromiso de Ollanta Humala con el Pueblo Peruano”, reconoce que “Los hombres y las mujeres son diversos, cultural, social, económica y políticamente. Piensan distinto”, para luego agregar que “Lo contrario sería una sociedad monocorde y un poder que se escucha a sí mismo”. Sin embargo, es eso precisamente lo que está sucediendo. La propensión de un país monocorde al remar hacia esa dirección, por decisión unilateral. La visión de país, el modelo de desarrollo, que se resume en la idea que confunde o convierte en sinónimo a la “rentabilidad empresarial privada” con el “desarrollo del país”, es una visión particular que de pronto se nos vende y no tenemos otra alternativa que comprarlo “sin dudas ni murmuraciones”.
“Se busca mantener el crecimiento económico, con estabilidad macroeconómica, incorporándole la in­clusión social y efectuando una mejor distribución de la riqueza”, leemos en la cacareada “Hoja de Ruta”. Como si la “distribución de la riqueza” fuera una promesa novísima, sin embargo ha sido una de las más fervientes aspiraciones de gran porcentaje de peruanos y peruanas, desde que la pobreza emergió como una de las situaciones que sugería una atención inmediata antes que adquiriera el grado cancerígeno que ahora tiene.
Y la “inclusión social” tantas veces mentada en los últimos años, no es otra cosa que una nueva versión de esa vetusta “distribución de la riqueza”, cada día más inalcanzable, porque la brecha entre pobres y no pobres, contra todo pronóstico, se ensancha más. Pero como dicen, la esperanza es lo último que se pierde, el país espera que el papel de mediadores o facilitadores del diálogo en Cajamarca, que han asumido el padre Gastón Garatea y Monseñor Miguel Cabrejos, cumpla los objetivos trazados. No obstante, como aclaró Monseñor Cabrejos, es necesaria la presencia del gobierno en este nuevo proceso de búsqueda de diálogo entre las partes involucradas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario