martes, 7 de julio de 2009

LA INTERNACIONALIZACIÓN DE LA POLÍTICA

La globalización nos permite ver un mundo al descubierto. Es difícil tratar de ocultar o distorsionar algún suceso o fenómeno social —que implique una amenaza a la convivencia pacífica—, con el fin de proteger o librar de culpa a sus autores o responsables. Asimismo, resulta difícil mantenerse callados cuando tenemos una permanente tribuna global ávida de información que describa y explique la actualidad y la vida circundante. La globalización genera un mundo necesitado de conocimientos diversos; por lo tanto, genera un mundo consumidor de información. Información que le proporcione mejoras o que facilite la edificación de una vida más placentera y productiva. Las fronteras nacionales quedan relegadas a planos insospechados y pareciera que solo las instituciones castrenses se interesaran en ellas, o personas habituadas a enriquecerse a costa de los negocios y sucios “juegos” de guerra. En países como el nuestro, en el cual las migraciones constituyen fenómenos masivos y continuos, la sociedad civil expresa un sentido de pertenencia frágil y difuso cuando decide abandonar su país de origen, en busca de mayores oportunidades favorables que le provean una vida satisfactoria y agradable. Este fenómeno que David Held llama “desterritoralización”, obedece a un incesante proceso que ha venido cocinándose décadas atrás, debido al desigual desarrollo que los gobiernos nacionales han promovido, estimulado o permitido en sus respectivos países, como consecuencia de la incapacidad para crear situaciones de gobernabilidad, basadas en la equidad y la justicia social. (Este última frase, muy estudiada y carente de sentido para Hayek). Así como la economía se muestra ya globalizada, a la par de las tecnologías y medios de información, lo ha hecho la sociedad civil. Del mismo modo y junto a ella, la política ha ingresado a un irreversible proceso de globalización. Pero ésta está causando mayores controversias y conmociones porque implica una redefinición de categorías tan afianzadas en el siglo XX, como lo es la soberanía, por ejemplo. (Concepto que para Mario Vargas Llosa, al relacionarla con "nacionalismo", en un mundo globalizado y globalizante, adquiere connotaciones macabras). El principio de no-intervención ni injerencia en la toma de las decisiones de los Estados soberanos, en este nuevo milenio, está siendo desatendido por gobernantes de diversos países que persiguen utopías que parecían desfasadas, como la integración latinoamericana o la formación de un nación panamericana, que siglos atrás, visionó Bolívar. Y ahora que se presenta en América del Sur, un escenario propicio para ese tipo de fomentos (una emergencia de gobiernos soberanos de tendencia antineoliberal, que casi es sinónimo de antinorteamericanismo), renace la esperanza y el afán de conformar un bloque regional que haga un alto al incontenible avance de las políticas macroeconómicas que los organismos financieros internacionales han puesto en marcha desde los años 90, y que han generado un aumento discriminado de la pobreza y extrema pobreza en la región sudamericana. (Neoliberalismo, lo llaman muchos; sin sospechar que es una filosofía que se aleja del pensamiento de sus principales defensores y promotores como Von Mises, Hayek; aunque podría aproximarse al de Friedman). Y sabemos que la pobreza y extrema pobreza conforman indeseables obstáculos que jaquean a los gobiernos nacionales, truncando sus programas y planes políticos, favoreciendo la ebullición de protestas y rechazos de las sociedades civiles hacia la permisividad —u obsecuencia e incapacidad para generar programas alternativos— que muestran sus gobernantes frente a las “recetas” macroeconómicas de entidades ajenas a los intereses de sus países, además de extranjeras, y hasta —como diría Held— desterritorializadas. La política, entonces, no es —no puede ser— ajena a la globalización, sería un absurdo pretender ello. Ahora mucho más, sabiendo que los problemas que hasta hace poco eran considerados problemas nacionales, tales como el tráfico de armas, el narcotráfico, el ecosistema, el crimen organizado, el SIDA y otros, constituyen e implican convenios y esfuerzos multilaterales —y no sólo de los países involucrados directamente— para hacerles frente y mitigar sus daños. La necesidad de protegerse a sí mismos y de asegurar un futuro saludable a las nuevas generaciones, en un mundo globalizado y altamente competitivo en todos los escenarios posibles que las sociedades actuales configuran, obliga a los gobernantes de turno de los países en vías de desarrollo, a la búsqueda de fórmulas y estrategias intergubernamentales que traspasan los dominios del Estado-nación y señalan una dirección macronacional, como alternativa para enfrentar y vencer a fenómenos internacionales y mundializados bastante poderosos, nocivos e incesantes.

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