miércoles, 9 de septiembre de 2009
LOS MODELOS EN LA ESCUELA
Sabemos que el fin último de la presencia de los alumnos y alumnas en la escuela, es el aprendizaje. De acuerdo al nuevo enfoque, es construir sus propios conocimientos mediante el proceso de mixtura de sus conocimientos previos y los nuevos —facilitados por quien ejerza el papel de “facilitador/a”— en el afán de solucionar los problemas que le presenta la vida en su desarrollo y crecimiento como persona, dotada de atributos, tales como: la cognición, la voluntad, la afectividad, etc. Es lo que se denomina “aprendizaje significativo”.
Este aprendizaje tiene que ser —y es— medible. Es la exigencia de la educación formal. Esta medición del aprendizaje, con la subsiguiente e inevitable situación de “jerarquización” de los alumnos y alumnas (los excelentes, los buenos, los regulares, los malos, los pésimos y los inútiles), pasa por un proceso de evaluación. Precisamente, es en este proceso de evaluación, donde se generan relaciones extraordinarias entre padres y madres de familia, docentes y directivos de la institución educativa.
El Art. 53 de la Ley General de Educación, señala que “el educando es el centro del proceso y del sistema educativo”, en ese sentido, todas las preocupaciones y responsabilidades se sostienen en monitorear y evaluar el aprendizaje de aquel.
Al finalizar el año lectivo, podemos observar la presencia de padres de familia o apoderados, sumamente preocupados, tristes, apenados, revelando un estado de ánimo estresado; sin embargo, prestos a involucrarse en un sinfín de relaciones con el único fin de que su tutelado o hij@, “apruebe” el año escolar.
Quizá, para muchos, esta situación ha dejado de ser extraña y puede que haya llegado a formar parte de su diario vivir. La conducta de docentes, de personal directivo y de padres de familia es preocupante. Obviamente, la responsabilidad mayor, recae en los docentes, porque ellos son los llamados —dada la responsabilidad que conllevan, como es la de formar e instruir a jóvenes y convertirlos en honrosos y probos ciudadanos para que, llegado el momento, puedan dirigir con dignidad, moralidad, inteligencia y respeto a las leyes y normas de bien común, la sociedad a la que pertenecen— a dar el buen ejemplo.
Si entre los tres componentes de la evaluación (cognitivo, procedimental y actitudinal), juega un papel fundamental e importante, el actitudinal; podemos concluir que vamos por mal camino y no lograremos la formación de nuevos y más dignos ciudadanos.
El ejercicio de contravalores asumido por el personal docente, centrado en el “tráfico de notas”, llegando al extremo de solicitar otros objetos de valor a los propios alumnos —“si no tienes plata, dame tu reloj, pues”—, a cambio de subir unos cuantos puntos y poder alcanzar la tan anhelada “nota aprobatoria”, marca una controversia y un visible obstáculo que trabaría el logro de los objetivos de la educación peruana.
Si a ningún individuo se le puede eximir de la responsabilidad de sus actos, no cabe aquí justificación que valga. Que “ganamos muy poco”, “pero no se les pide mucho”, “además todo cuesta”, “ellos son los que ofrecen”, “esto viene desde arriba”, etc. Realidad insólita que ha llegado a institucionalizarse y a formar parte de la cultura personal de cada uno de los individuos involucrados en una institución educativa; además, es una situación que parece ser no solucionable. Así pues, todas aquellas campañas mediáticas que tienden a “sembrar valores” están destinadas a fracasar.
Si pensamos en aquellos alumnos que sonrientes y optimistas nos confiesan “ya conseguí las diez ‘lucas’ para el de matemáticas”, “ya ‘conversé’ con la de biología” o “ayer fui a la casa del de química”, etc., y los ubicamos en una situación imaginaria en un futuro no muy lejano, interactuando en esta sociedad y “devolviendo” lo que recibieron; seguramente, serían casi nulas las razones para sentirnos gozosos.
No podemos negar la influencia de personas significativas o “modelos” en nuestro permanente proceso de desarrollo y crecimiento físico, cognitivo, psíquico, conativo; todo ello enmarcado dentro de una determinada realidad social. Y el(la) docente, principalmente, es una “persona significante” y un “modelo” para sus alumnos y alumnas. Aunque —lo dudo mucho—, ellos lo ignoren.
Obviamente, en esta sociedad mundializada —reconozcámosla o no—, la socialización es un proceso compartido. Existe una corresponsabilidad entre la familia, la escuela, los medios de información de masas, la empresa, los grupos de amigos; por mencionar a los más notables. Claro está, la socialización se inicia desde el momento mismo de la concepción, y el nuevo individuo nace en una familia y el tiempo de sus primeros años lo dedica al seno familiar; sin embargo, esa familia está inmersa en un conglomerado y complicado proceso de interrelaciones, generando y nutriendo patrones de conducta, los mismos que son transmitidos a ese nuevo individuo, incluso, antes de nacer.
Aún así, docentes, no hay disculpa que valga para esas actitudes que promueven y fomentan la práctica de contravalores en los educandos. El Art. 8 inciso a; de la Ley General de Educación, señala a la ética como uno de los principios de la educación peruana. (el Art. 31 , inciso b; de la misma Ley; ratifica el desarrollo de valores en el educando). La formación actitudinal es el pilar en el cual descansan los conocimientos construidos. De nada vale un profesional con un alto rendimiento académico, eficiente y muy inteligente; si sus valores no se ajustan a los patrones de respeto mutuo, equidad, honestidad y servicio humanitario. Por ello, ahora, la inteligencia emocional y la autoestima, se están convirtiendo en los nuevos paradigmas de todo proceso educativo formal.
Precisamente, la escuela, es un lugar de “modelos”. El educando observa, clasifica, selecciona, elige y juzga. Y como todo ser humano, estudia las probabilidades de “costo-beneficio” antes de tomar una decisión y subordinar su conducta a ella. Pero, esto no queda ahí. Las personas que asumen el papel de docente de aula, tienen el poder en sus manos en lo que a notas y calificaciones se refiere, y los alumnos lo saben muy bien, por ello no tienen otra alternativa que ceder a la tentación de “negociar” sus calificaciones, sin el más mínimo escrúpulo, otorgando a esta desviación de la conducta social, caracteres de “normalidad”. “Normal, no más”, repiten ellos y ellas, una vez alcanzado el objetivo de modificar sus calificaciones a su favor. La escuela, la educación formal, indudablemente, está en crisis.
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