martes, 15 de diciembre de 2009

EL DISCURSO PROSELITISTA

Me permito extraer del discurso político, el discurso proselitista. No necesariamente existe una relación de compatibilidad entre ellos. Ambos expresan el sentimiento y las aspiraciones de una agrupación política, sin embargo, se ubican en espacios y escenarios distintos. El primero puede hallarse en cualquier escenario y en permanente manifestación y su dinámica no siempre es contendiente. Sin embargo, el discurso proselitista sólo aparece en escenarios encontrados y de lucha tenaz, y expresa siempre una figura proclive a la competencia y al debate. El discurso proselitista persigue objetivos inmediatos (ganar una elección, por ejemplo), mientras que el discurso político busca sentar bases para la edificación —en el mediano y largo plazo— de estrategias de lucha cuando llegue el momento de contender con otros similares en el afán de hacerse del poder. En una democracia como la nuestra, el discurso político pretende generar perfiles ideológicos en su población objetivo, de tal manera que llegado el momento de actuar como discurso proselitista, sea fácilmente asimilado, entendido y produzca reacciones esperadas porque el objetivo no es ya generar y alimentar una ideología, sino, inducir a una determinada actitud en su masa de adherentes, como es la participación en el sufragio y la emisión del voto. No cabe duda que las configuraciones de estos discursos, son propicias para partidos comprometidos con la dinámica de una democracia representativa. (Pero no es exclusividad de ellos). Anhelan la conquista del poder, dentro de un marco legal que fomenta, respeta y refuerza la libre y universal expresión en procesos electorales. Además, inducir el voto, respetando la libre determinación del elector, en un escenario altamente competitivo, es una tarea que implica el dominio de los procesos sicológicos que intervienen en los ciudadanos expuestos a una situación eleccionaria. Aun prevalece la estrategia del bombardeo publicitario, porque se considera que una mente expuesta largamente a un determinado mensaje, termina seducida y casi convencida y opta por consentir y satisfacer su cometido. Sin embargo, la cosa no es tan simple como parece. Infinidad de factores juegan su papel a la hora de la decisión final en un proceso electoral, en el cual la mente individual consume una incesante emisión de mensajes contradictorios y contendientes, activando automáticamente un filtro que le permite priorizar y seleccionar los mensajes que puede y necesita entender y conservar, en salvaguarda de su buena salud. La idiosincrasia, juega aquí, un papel fundamental; asimismo, las experiencias en escenarios similares, los recuerdos, los intereses, las necesidades, el grado académico y hasta la capacidad de imaginar escenarios futuros e inmediatos. Entonces, los discursos proselitistas, deliberadamente buscan posicionarse en el mercado electoral, tratando de considerar todos los misteriosos mecanismos de la mente humana. Y no cabe duda que, es ella, el campo de batalla. Esta mente es un baúl repleto de información, experiencias y demandas, muchas de ellas exigentes. El discurso político necesita, entonces —preparando el terreno al discurso proselitista—, encajar en esa complicadísima y misteriosa maquinaria bioquímica como es el cerebro humano, y generar una actitud hospitalaria que consienta su presencia y, más o menos, una permanente habitabilidad en él. El discurso proselitista (siendo nada más que una faceta del discurso político), se revela mucho más exigente, vehemente y hasta soberbio. Obsesivamente, pretende instalarse en el mercado electoral para librar una batalla sin cuartel y eliminar a sus competidores. Su celo es desmedido. Se acomoda fácilmente a las coyunturas. Persigue a las mentes y no desiste hasta percibir el logro de sus objetivos. Generar simpatías y formar adherentes, incluso, creando situaciones tediosas y de hostigamiento hacia ellos. Ello explica que los discursos proselitistas, vendan imágenes fantásticas y hasta irracionales, se muestren desesperados y no den tregua a los contendientes ni proporcionen descanso ni tiempo para la reflexión ni el análisis a su público objetivo. Por lo general, no buscan gente pensante, sino, gente exclusivamente consumidora de las imágenes que ofrece.

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