miércoles, 25 de junio de 2014

EL GÉNERO COMO CATEGORÍA DE ANÁLISIS SOCIAL



1.     Introducción.
La condición de género es un factor que en las concepciones que tienen los hombres y mujeres, en nuestro país en particular, sobre los roles a cumplir tanto por el hombre como por la mujer en su diario vivir y en los diversos espacios sociales, juega un papel que marca diferencias notables entre un sexo y el otro, favorable para uno, desfavorable para el otro. En el hogar, en la escuela, en la universidad, en el centro laboral, en el grupo de amigos, etc.; en todos ellos, el género está presente, fortificándose, reproduciéndose y ensanchando las fronteras mentales que dividen a los seres humanos; por supuesto, perturbando la edificación de una convivencia pacífica y equitativa.
Es necesario realizar una acotación fundamental referente a las diferencias entre un enfoque sexista y un enfoque de género. Aunque considerando las investigaciones consultadas sobre este tema, no todas ellas hacen esta advertencia.
El sexo es un atributo biológico determinado desde antes del nacimiento y básicamente inmodificable, mientras que el género es un concepto referente a las diferencias sociales y culturales entre hombres y mujeres (Bonilla, 1993). Sexo es un término biológico, género es un término psicológico y cultural (Oakley 1972; citada por Moser, 1995). El sexo identifica las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, el género identifica las relaciones sociales entre hombres y mujeres (Moser, C.; 1995). Mientras que sexo se refiere a las diferencias físicas del cuerpo, género alude a las diferencias psicológicas, sociales y culturales entre los hombres y las mujeres (Guiddens, 1994). Este mismo investigador afirma que muchas diferencias entre varones y hembras no son biológicas en origen, sino que intervienen factores culturales y sociales. Las diferencias en el comportamiento de hombres y mujeres se desarrollan principalmente mediante el aprendizaje social de las identidades femenina y masculina. De allí que varios autores consideren al género como un fenómeno cultural (Corway, Jill; Bourque S. y Joan W. Scott; 1982).
Al respecto, Guiddens (1994) afirma lo mismo, dice que nuestras respuestas sexuales no están genéticamente determinadas, sino que prácticamente todas son aprendidas. A decir de otra autora, "el género es el sexo socialmente construido"; para Marcela Lagarde (1992), "es una especialización de la sexualidad". Ser hombre o mujer, muchacho o muchacha, es una función que tiene que ver tanto con el vestido, el gesto, la ocupación, la red social y la personalidad, como con la posesión de un determinado juego de genitales (Oakley, 1972).
De Barbieri (1990), escribe que los sistemas de sexo género son los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-fisiológica y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y en general al relacionamiento entre las personas.
El género entonces se convierte en un argumento de crítica y de enfrentamiento al determinismo biológico. El ser hombre o ser mujer, son sólo construcciones sociales que cada cultura en un tiempo y espacio determinados, producen y reproducen, sostienen y mantienen.
Una vez más, ciertas feministas, al cuestionar al determinismo biológico, están sosteniendo una teoría que relega a un plano secundario, subestima e inutiliza a la característica sexual-reproductiva de los cuerpos al nacer. En ese sentido, los instintos de reproducción y comportamientos sexuales asumidos por cada uno de los géneros en base a sus genitales, (dicen ellas), no son sino una mera y antojadiza construcción humana, impuesta por la fuerza y el poder de los machos, subestimando el derecho a la opción sexual a la que todo ser tiene derecho.
Rubin (1986), refiriéndose al género, nos dice que es el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en el que se satisfacen esas necesidades humanas transformadas. No se nace hombre o mujer, se aprende a serlo.
Whitehead (citado por Moser en 1995), tiene una percepción similar. Hombres y mujeres desempeñan roles distintos en la sociedad, y sus diferencias de género son moldeadas por determinantes ideológicas, históricas, religiosas, étnicas, económicas y culturales.
La hembra aprenderá a ser -y se convertirá en- mujer, el macho aprenderá a ser -y se convertirá en- hombre. La sociedad no les presenta otra alternativa. Lo genético ha sido transformado por lo histórico (Lagarde, 1993). Desde el momento en que nacen, la característica sexual de sus cuerpos, marcará para toda la vida sus formas de ser, de pensar, de actuar y hasta de soñar. Las aspiraciones de cada uno de los seres humanos sexuados, su visión de futuro y la búsqueda de su realización como personas humanas, está de igual modo, determinado por el sexo. El sexo (entiéndase, los genitales) determina el género.
La visión de género fue impulsada por las feministas para hallar respuestas que expliquen el por qué y el cómo de la subordinación y sometimiento de la mujer por el hombre. Cómo surgió y por qué se perpetúa, cómo podría cambiarse y cómo sería la vida sin ella, es decir sin la subordinación de la mujer hacia el hombre (Acker, Sandra; 1994). Scott (1990), también considera que el término género forma parte de una tentativa de las feministas contemporáneas para reivindicar un territorio específico, de insistir en la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre hombre y mujer.
Barring (1986), escribe que uno de los aportes teóricos más importantes del movimiento feminista ha sido el de develar la diferencia entre el sexo, en tanto determinación biológica y el género, como una construcción cultural y social. Más adelante agrega que una de las ramificaciones del feminismo, apunta básicamente al mejoramiento del status de la mujer, mediante leyes y normas que tiendan a mejorar los niveles educativos, darle acceso al empleo y cargos públicos, y a una política asistencial desde el Estado.
Esta tendencia, de observar, pensar y analizar las diferencias en los roles sexuales, que halló su mayor propulsión en la llamada "liberación sexual" de los años 60, se vio reforzada por los movimientos sociales que de una forma u otra cuestionaron el orden de cosas establecido, así como por el movimiento contracultural de los Hippys de los años 70 en el norte de América.
El género ha producido muchas discrepancias sobre su significado y sobre si podría considerarse un factor para explicar el desarrollo de la historia de la humanidad. Porque no existen razones biológicas ni genéricas que sustenten nuestra creencia de que la mujer es inferior al hombre. Tan es así esta creencia generalizada que, incluso en la reproducción, a la mujer se le otorga un papel de receptora y pasiva, el hombre embaraza y ella es embarazada. Lo mismo sucede en los roles sexuales, el hombre es el acosador por naturaleza y siempre dispuesto a una relación coital mientras que la mujer debe guardar una actitud de precaución y vigilancia (Figuerora, 1992).
Sin embargo, el género no sólo alude a la sexualidad o característica genital de los sujetos; en este contexto, Lagarde (1992), expresa que la condición de género está organizada en torno a varios ejes, siendo el eje central, no el único, la sexualidad.
Bonilla (1993), coincide con Lagarde en cuanto se refiere que el género implica o gira en torno a varios ejes, más no considera a la sexualidad el eje principal. Bonilla, escribe:
El género no se refiere solamente al sexo, sino fundamentalmente a la amplia variedad de comportamientos, roles y posiciones que se atribuyen, cultural, social y económicamente a hombres y mujeres y que determinan los contextos y las formas de vida y de trabajo de los individuos.
2.     Género y educación.
Y es que en la educación el género también incorpora diferencias y discriminaciones en los roles sexuales, desfavorables para las mujeres. Como lo expresa Acker (1994), a las mujeres se les considera trabajadoras eventuales porque en cualquier momento dejarán el trabajo para tener hijos, o que no tienen fuerza suficiente para mantener el orden en el aula. A pesar de que la tendencia es a que los logros educativos de las mujeres acaben estando a la par de los de los hombres (Egerton y Holsey, 1993, citados por Acker, 1994).
Bourque y otras (1995), realizan un estudio de género y educación en centros educativos de nuestra ciudad capital. Narran el proceso de cómo las concepciones de los roles de hombre y mujer, aún se mantienen y se reproducen en la escuela, y en dicho proceso colaboran profesores y profesoras, alumnos y alumnas.
Nombran lo que ellas llaman "currículum oculto", es decir, los profesores y profesoras, inculcan en sus alumnos y alumnas, roles que se consideran apropiados para cada uno de los sexos, los mismos que no pueden ser refutados o desconocidos para alumnos y alumnas, bajo el riesgo de ser tachados como "machonas" las mujeres y "afeminados" los varones. Por ejemplo, frases como “¡habla como hombre!”, a los hombres con voz aguda o que hablan en voz baja; “¡Siéntate bien, pareces hombre!” a las mujeres que en algunos casos asume una posición en su carpeta que no concuerda con los modelos femeninos vigentes.
Tovar (1995), refiere que los varones esperan de todos ellos, que sean relajados, agresivos, audaces, cacheros, pendejos, machistas, que sepan tomar, etc. lo que siempre se esfuerzan en expresarlo en sus conductas, seguros de que ello caracteriza a un "hombre". En cambio de la mujer esperan que sea inteligente, responsable, trabajadora, estudiosa y que tenga afán de superación. La mujer que no posee éstas características no es respetada o se le considera "fácil", un ser al que todos deben y -sin mucho esfuerzo- pueden sacarle algún provecho (sexual).
Otras son las concepciones que tienen y expresan las mujeres de los varones. Ellas esperan del varón que sea caballero, alegre, sin vicios, buen esposo, pero sin dejar de ser agresivo, inquieto, duro, cualidades que los hombres ni cortos ni perezosos expresan en sus conductas diarias. Las alumnas reproducen los roles que la sociedad les indica no sólo para ellas, sino también para el varón. Ellas mismas se ven como trabajadoras, estudiosas, responsables, modernas, empeñosas, educadas y que ahora tienen iguales derechos que el hombre, pero que no alteran del todo los roles ya conocidos, sobre todo los relacionados con la maternidad, la manutención del hogar y la obediencia y fidelidad al esposo.
Esto se evidencia no sólo en la educación básica, también en la educación superior, universitaria y no universitaria, y por qué no decirlo, igualmente, en la educación de pos grado. Y no solo en los estudiantes, igualmente, en el personal administrativo y en el personal docente y personal directivo. Es la sociedad en la que se incuba las concepciones de género e invade todos sus espacios, consolidándose en el tiempo.
En el sistema educativo las diferencias de los comportamientos, actitudes y aptitudes entre hombres y mujeres son bastante notables. Un hombre no debe comportarse como una mujer, ni una mujer puede ni debe comportarse como un hombre. Existe una inquebrantable muralla, una frontera casi sagrada, violarla significaría un vergonzoso pecado y sus consecuencias en nuestra sociedad arrojan resultados extremos que bordean los perfiles de la fatalidad. El género construye permanentemente entre un hombre y una mujer, diferencias que deben ser —y son— respetadas por ambos durante toda su vida.
En resumen, puede decirse al igual que Joan W. Scott, que género es una forma de hablar de los sistemas de relaciones sociales o sexuales, una categoría útil para el análisis histórico, y desde allí construir un debate teórico sobre el significado de ser mujer y ser hombre para determinar el ¿Por qué? de las relaciones de dominio, explotación y subordinación de un sexo hacia el otro.
3.     Género y sexualidad.
La sexualidad (más específicamente, la posesión del órgano sexual reproductor con la que cada cuerpo nace), señalará a cada uno el género de su pertenencia. Es la base a partir de la cual se construyen las diferencias de género. Es a partir de ella, la sexualidad, que se construyen en -y aprende- cada sujeto un conjunto de cualidades, aptitudes, esquemas y destrezas diferenciadas para toda la vida. Marcela Lagarde, construye un ensayo al respecto. Realiza una división en la sexualidad, otorgando al hombre la parte erótica y a la mujer la parte procreadora.
De esta diferenciación sexual se desprende un sinnúmero de características también diferenciadas y muy definidas para cada uno de los sexos. El hombre es el activo y quien merece disfrutar de la sexualidad (el erotismo es propiedad masculina), el dominante, el que puede dictar pautas y darse el lujo de crear nuevas y más gozosas formas de practicar el sexo y el coito en sus diversas expresiones. La mujer no, a ella prácticamente se le prohíbe el erotismo, el goce sexual es para ella un objetivo que ocupa un plano de poca significancia porque la sexualidad en ella tiene un solo objetivo: Procrear. En su cuerpo se gesta una nueva vida, un nuevo ser, un nuevo sujeto que del mismo modo que su padre y su madre y en concordancia a las características sexuales de su cuerpo, tendrá que aprender y asumir en un largo proceso que dura toda la vida, las pautas de los comportamientos y aptitudes apropiados para su sexo-género.
Teniendo en cuenta la subordinación y marginaciones que sufre la mujer frente al varón en casi todos los espacios de las relaciones sociales, sería algo así como una oportunidad para la mujer de reivindicar sus derechos y su lugar como ser humano, igualándose a los del varón. Una igualdad de oportunidades, no de resultados, como lo dicen algunos autores.
Aquí también, la idea de igualdad, no está todavía definida por consenso. Y sospecho que, difícilmente llegará tan anhelado y pretendido consenso mientras no asumamos y admitamos nuestras innatas y divinas diferencias, respetándonos unos a otros, y para ello necesario será incorporar a nuestras características personales una más e indispensable, fundamental para la convivencia humana: La tolerancia.
Al respecto, Corway, Jill K. y otras (1987), manifiestan que el estudio de género es una manera de comprender a las mujeres no como un aspecto aislado de la sociedad sino como una parte integral de ella, merecedora de todos los beneficios, oportunidades y sacrificios que demanda todo ese proceso denominado "realización de la persona humana".
4.     Género y sociedad.
Los últimos cambios en la sociedad apuntan hacia ese lado. Socialmente, consideran algunos autores, la mujer tiene una ventaja sobre el hombre, Más enfermedades cardíacas debido al tabaco y a la nicotina (El fumar aún se considera una costumbre "masculina"), ataca al hombre que a la mujer, más accidentes automovilísticos sufren los hombres que las mujeres producidos por el alcohol y las drogas. Con ello no se pretende hacer ninguna insinuación ni sugerencia respecto a que la mujer pueda asumir esos comportamientos "masculinos' en busca de su igualdad frente al varón.
No podemos negar la subordinación de las mujeres hacia el hombre que existe en nuestra sociedad, pero esta subordinación es producto de determinadas formas de organización y funcionamiento de las sociedades. Cada sociedad y cada cultura construye y reconstruye sus patrones masculino y femenino para cada uno de los sujetos pertenecientes a ella. En ese sentido debemos estudiar la sociedad o las sociedades concretas, ya que cada una de ellas sostiene un particular patrón masculino y femenino, y así entender y comprender los roles sexuales. (De Barbieri 1990).
Pero la posición de la mujer en la sociedad depende de una variedad de criterios, no sólo del género, también de la clase y la etnicidad (Moser, 1995). Porque el concepto de sexo, aislado, no tiene la capacidad suficiente para explicar la posición social de la mujer, lo cual requiere tomar en cuenta el espectro más amplio de las relaciones de género entre hombres y mujeres y el significado de dichas relaciones en el funcionamiento social (Bonilla, 1993). De hecho, una de las primeras cosas que aprendemos al principio de la vida, es de qué se trata ser mujer u hombre. Y lo hacemos no intelectualmente, sino sobre todo afectivamente y de manera inconsciente (Lagarde, 1992).
5.     Género y familia.
Otros investigadores (más exactamente, investigadoras), consideran que la familia es la institución principal por medio de la cual, las desigualdades entre los sexos son reproducidas, por ejemplo a través del trabajo familiar o doméstico. La familia es la única institución encargada de transformar un organismo biológico en un ser humano, apto para ser miembro de una sociedad (Goode, 1966, citada por Bonilla, 1993), o que “... el hogar paterno constituye, la mayoría de las veces, una escuela donde las niñas aprenden la resignación ante el sufrimiento" (Portocarrero, 1992).
Moser (1995), escribe que el género como la edad y el status son determinantes críticos en la diferenciación de la movilización y la repartición del trabajo familiar en distintas actividades. Luego reconoce que la repartición del trabajo doméstico no es una particular característica de una determinada sociedad, sino que es una situación generalizada: La asignación del trabajo doméstico a la mujer, particularmente el cuidado de los hijos, permanece extraordinariamente rígida y persistente a nivel mundial.
Particularmente considero que incorporar una visión de género en los estudios sociales, es también una forma de (los hombres) vernos a nosotros mismos. Realizar una revisión general de nuestros comportamientos y actitudes frente a la mujer, de cómo estamos actuando, si en verdad buscamos y enarbolamos la igualdad y el respeto a nuestros derechos que nos asiste a todos los seres humanos. Porque la construcción de una sociedad más justa, igualitaria y humana, demanda de cada uno de nosotros, los hombres (ya que las actuales construcciones sociales nos colocan en una posición dominante frente a la mujer), una revisión general y minuciosa de nuestra forma de pensar y actuar, en nuestras diarias relaciones con la mujer sean ya en el ámbito familiar, laboral, amical y hasta ideológica. Obviamente, a la mujer le compete también, ser partícipe en todo proceso de construcción social, pero ella debe luchar mucho más que el hombre para lograr y desempeñar un papel en ese proceso.
He allí, el valor e importancia del género, hoy más que nunca en una época de grandes y (a veces) traumáticas transformaciones presentes en el mundo de hoy.
Porque debemos entender que si la mujer nos parece (y en ciertas circunstancias realmente lo es), un ser delicado, sublime y maternal, preocupado por las cosas sentimentales, de pocas fuerzas y con un carácter subordinado, en la mayoría de las veces fría e indiferente ante los zig-zagueos inesperados y sorprendentes de la historia, es porque la sociedad (dominada por el varón o por el hombre) así la ha labrado, construido y etiquetado. Prohibiéndole asumir posturas y conductas "masculinas".
Ser hombre significa ser protector, en consecuencia ser mujer significa ser protegida (Lagarde, 1993). Los patrones socioculturales de nuestro tiempo y espacio nos colocan en esa situación. La fortaleza y debilidad atribuida a cada uno de los sexos (sexo débil y sexo fuerte), expresan y reafirman asimismo las diferencias en los roles y concepciones de, y para cada uno de los géneros.
Si en algún momento de nuestras vidas hemos sentido que la mujer, ese "ser inútil- no nos entiende o tiene una manera de pensar y ver las cosas de un modo distinto al nuestro, proclive a derramar lágrimas en mérito a su visión más sentimental que racional de la naturaleza, perturbando la concentración de nuestras m entes, no olvidemos que ella o ellas, son una construcción social y cultural. Nosotros también. Obviamente en una sociedad enmarcada dentro de preceptos y sujeta a voluntades masculinas, en nosotros recae la mayor responsabilidad en cuanto se refiere a la reproducción de las normas sociales desiguales para los sexos, siendo ellas quienes casi siempre pierden.
Sin embargo no podemos dejar de observar que los patrones de género están sujetos a (y sufren) variaciones históricas y culturales (Scott, 1982); varían histórica y geográficamente (Bonilla, 1993). Es decir, el género es también susceptible de ser modificado por las propias personas sean éstas hombres o mujeres. No es como podría entenderse una especie de maldición de la cual nos sería imposible libramos, y nos restaría solamente lamentarnos de nuestra desgracia. Género es el resultado de un proceso mediante el cual las personas recibimos significados culturales, pero también las innovamos. Elegir el género significa que una persona interprete las normas de género recibidas de tal forma que las reproduzca y las organice de nuevo (BUTLER, Judit; 1987).
6.     Género y feminismo.
Si el género es un producto cultural, entonces, como todo producto cultural sufre variaciones a través del tiempo y el espacio. Pero el género es un producto sumamente delicado, al menos en nuestra cultura, en nuestro país. La nueva institución denominada “unión civil” que unos promueven y defienden y pretenden legalizar, se ha convertido en un factor de polémicas y más divisiones entre peruanos y peruanas.
Lo intereses en juego son variopintos: religiosos, políticos, económicos, éticos, morales,  ideológicos, etc. pero son las mujeres las primeras en alzar la voz en contra de la división de género porque precisamente son ellas las que más pierden en una sociedad machista como la nuestra.
Una muestra de ello, es la lucha iniciada por las mujeres por reivindicar su posición de igualdad frente a los varones. Pretenden ellas modificar y reestructurar todo el sistema de género imperante en nuestra cultura y sociedad, destruir toda esa montaña masculina que las aplasta y las asfixia al extremo, en algunos casos, de negarles toda posibilidad de vivir como seres humanos.
Además, ellas son las responsables y conductoras, a través de los cuidados y protección que brindan a sus hijos e hijas, de la reproducción y enseñanza de los roles "apropiados" para cada uno de los sexos. Podría resultar alarmante para nosotros, pero en las manos de ellas está la tarea fundamental y básica: Hacer de la hembra una mujer, y del macho un hombre. En ese sentido, la mujer-madre cumple una muy importante y vertebral responsabilidad en el hogar: El género es labrado, reproducido día a día, minuto a minuto en cada uno de sus hijos e hijas. Ella vigilará permanentemente esa labor. Obviamente, la sociedad entera supervisará diariamente con un mecanismo invisible y casi obsesivo, la labor de las mujeres madres en la reproducción de los géneros.
Sin embargo, aquella lucha iniciada por algunas mujeres con el objetivo de eliminar las desigualdades frente a los varones, es una lucha dividida. Existen feministas que lideran una lucha centrada, no exactamente, en la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres por medio de la creación de oportunidades para el sexo que más lo demande, sino en la creación de otros géneros alternos a los ya existentes. Es decir, si las actuales construcciones socioculturales de género subordinan y discriminan a la mujer, ella necesitará para salir y eliminar dicha discriminación y subordinación, elegir y optar por un nuevo género alterno: que será un género no-mujer y a la vez un género no-hombre.
Analizamos esta consigna y concluimos que aquellas feministas, consideran tácitamente que las actuales desigualdades entre hombres y mujeres son insuperables. Por ello la opción más apropiada y cómoda para ellas y recomendable para todas aquellas mujeres que sufren crudas y dramáticas marginaciones por culpa de su sexo-género y anhelen zafarse de la dominación masculina, sería la creación de otros e imaginativos géneros alternes, que ignoren totalmente la característica sexual-reproductiva, propiedad innata (según el determinismo biológico) a cada uno de los cuerpos humanos.
Otros teóricos del género refieren que la perspectiva de género también ofrece la posibilidad de cuestionar los estereotipos, de repensar lo obvio, de explicar prejuicios o supuestos sexistas, de repensar la forma y significado de ser varón y de ser mujer, de explicar los desfases en la autoridad moral reconocida para los individuos que son actores y autores del entorno social, la posibilidad de construir normatividades, incluso podríamos decir de resignificarnos como personas (Figuerora, 1992).
Bonilla (1993), expresa que el género es una variable que incide significativamente en la posición social de la mujer, siendo así. No opera sin embargo de manera aislada, sino articuladamente con su posición de clase que se define por la relación con los medios de producción. En la división de género se sostiene y se desarrolla la división de clase. El hombre asume las labores productivas, y la mujer las reproductivas. El género es una forma de la desigualdad social (De Barbieri, 1990). En estas estudiosas, observamos la poca importancia que otorgan al aspecto sexual en la diferenciación de los géneros, más bien señalan a la estructura económica como eje de la desigualdad entre los hombres y las mujeres.
Siendo la perspectiva de género una oportunidad promovida por las mujeres, para que ellas mismas puedan reivindicar sus derechos como seres humanos y eliminar de una vez por todas las actuales construcciones sociales que la discriminan y la hacen sentir inferior frente al varón, puede sin embargo ser convertido en un instrumento al servicio de objetivos que pretendan alterar en grado extremo los papeles sociales del hombre y la mujer, o servir como pretexto para promover, reproducir y justificar tendencias sexuales, no necesariamente de raíces genéticas, diametralmente opuestas a las “normales” o a las socialmente aceptables. A este nivel se ubica la siguiente cita de Gayle Rubin (citado en Lamas, 1996): "El sueño que me parece más atractivo es el de una sociedad andrógina y sin género (aunque no sin sexo), en que la anatomía sexual no tenga ninguna importancia para lo que uno es, lo que hace y con quien hace el amor'.
Lagarde (1992), deja entrever también la posibilidad de crear nuevos géneros alternos a los ya existentes, tarea que correspondería a la cultura y a la sociedad en su conjunto. Dice ella: "Nuestra sociedad y cultura; no ha elaborado la posibilidad positiva de nuevos géneros... ", continúa y señala la limitación de la sociedad en ese sentido: " sino que interpreta los cambios de género desde los estereotipos existentes". Más adelante pretende culpar al sistema por no permitir y fomentar la creación de nuevos géneros alternos, advirtiendo a los seres humanos de lo que les espera si se atreven por iniciativa propia a realizar o intentar dicha tarea: "Este sistema obligatorio y compulsivo es considerado natural y se piensa que los personas que cambian así son enfermas" .
Como anota Rubin (en Lamas, 1996):
Personalmente pienso que el movimiento feminista tiene que soñar con algo más que la eliminación de la opresión de las mujeres; tiene que soñar con la eliminación de las sexualidades y los papeles sexuales obligatorios (p. 85).
Por otro lado, las feministas han logrado “escapar” de la cocina, huyendo de todo el peso que significan las tareas del hogar; no obstante, quién las ha sustituido no es un hombre, es otra mujer: las empleadas domésticas, eufemísticamente llamadas “trabajadoras del hogar”.
Como celebran y lamentan algunas voces feministas, “las mujeres han salido a la calle, pero el hombre no ha ingresado a la cocina”, o como podría parafrasearse de la siguiente manera: “la mujer logró vestir pantalones, peor el hombre no ha logrado vestir falda”.
7.     A manera de conclusiones.
Género y equidad, ¿una utopía?
El Proyecto DAWN (Alternativas de Desarrollo con Mujeres para una Nueva Era), que es una confluencia de mujeres y grupo de mujeres, nace en 1985. Ellos sueñan no con la creación de nuevos géneros alternos como una forma de eliminar la desigualdad entre los sexos, ellos expresan lo siguiente: “Queremos un mundo donde no exista desigualdad basada en la clase, el género y la raza en ningún país ni en la relación entre los países”.
Ello podría inducirnos a pensar que la solución pasa por darles pistolas a las niñas y muñecas a los niños. Como dirían algunos, la mujer ha salido a la calle, pero el hombre no ha ingresado a la cocina.
La polémica no acaba. El género al ser tratado como un elemento sociocultural, se convierte en un tema bastante controvertido, el cual se presentaría como una invitación a razones, argumentos, recursos, intereses y subjetividades que busquen ir más allá de la pretendida y justa igualdad entre los sexos, en el afán de promover la creación de otros y "modernos" géneros que ya parecen emerger y estar aquí, desafiando todo tipo de reacciones negativas a ello.
En mérito a la crisis de los paradigmas (feroz nubarrón que ha obnubilado y limitado la prospectiva al mundo entero, sembrando confusión y difusas reacciones y formas de pensar), el género fácilmente podría adquirir los atractivos de fruto prohibido para quienes, al pretender cuestionar las actuales diferencias en los roles de hombres y mujeres y amparados en la utopía de la igualdad entre los sexos, decreten a voz en cuello, la demolición plena y ambiciosa de los actuales paradigmas sexuales. Sólo así podrían atreverse a iniciar la promoción y testaruda defensa de otros nuevos, doblemente controvertidos paradigmas de género, centrados y reducidos al aspecto sexual.
Olvidan que "El género no se refiere solamente al sexo, sino fundamentalmente a la amplia variedad tú comportamientos, roles y' posiciones que se atribuyen cultural, social y económicamente a hombres y mujeres y que determinan los contextos y los formas de vida y de trabajo de los individuos" (Bonilla, 1993).
En nuestro país, el género tiene acepciones tradicionales de subordinación y discriminación de la mujer hacia el hombre. Hasta la fecha, padres y madres de familia, consideran que la mujer es para la casa y el hombre para el trabajo.
Planchar, lavar, barrer, cocinar (cargar la leña en las zonas rurales, es tarea de la mujer), vestir a los hijos y asistir al esposo, entre otras tareas corresponden a la mujer. Así como asistir nutricionalmente a los hijos e hijas, buscando el alimento fuera de casa en asociación con otras madres vecinas, si los ingresos del esposo resultan insuficientes para ello. Los comedores populares, comedores infantiles, clubes de madre, comités de vasos de leche, etc., expresan la extensión de las tareas de la mujer-madre fuera de su casa.
En cambio, el hombre trabaja. Sale de casa, se reúne con los amigos, se preocupa y dialoga con las autoridades para solucionar algunos de los problemas de la comunidad, en el caso de la zona urbana. En la zona rural, se preocupa por el buen manejo y eficiente repartición del agua de riego, ello le permitirá tener un trabajo y una fuente de ingresos para llevar el alimento a su hogar. Es su rol, su papel social, porque él es el hombre, el jefe de familia, el más fuerte. La mujer es débil para esas cosas, sólo es buena (en otros casos no tan buena, a decir de algunos compatriotas[1]) para los quehaceres del hogar. El hombre al llegar a casa la encontrará limpia, el alimento preparado, su ropa planchada y en algunos casos, el agua tibia para poder darse un buen baño. Su mujer ha cumplido su papel.
El mercado laboral de hoy demanda mayor capacitación y preparación, entonces el hombre es el llamado a preparase académicamente, estudiar y ser un profesional para poder cumplir con su papel de Jefe de Familia, ese es su deber y no puede eludirlo. Pero la mujer ya ingresó al mercado laboral, a los estudios superiores, a los cargos y jefaturas administrativas y ejecutivas en empresas públicas y privadas. Laboralmente, la mujer compite con el hombre; es más, sobre la base de algunas estadísticas y opiniones de especialistas, hasta podría sostenerse que la mujer está desplazando al hombre del mercado laboral. ¿Por qué? Ello amerita otros estudios direccionados en ese sentido.
Es inconcebible hoy en día la siguiente pregunta: ¿Para qué debe estudiar la mujer? si ella permanecerá en su casa, para eso se ha casado, las tareas domésticas son su responsabilidad. Suficiente con que sepa leer y escribir porque ella no sale a la calle, no representa a nadie, no dialoga con ninguna autoridad ni tiene por qué hacerlo. Para esas cosas está el esposo, el marido o cualquier otro hombre de la comunidad. Pero es pensamiento que podría considerarse “cavernícola”, aunque ello también contravenga el derecho a libertad de pensamiento. Realmente, un tema sumamente polémico.
Las concepciones tradicionales pocas veces se expresan directamente pero están implícitas en el diario vivir y en los roles que asumen tanto el hombre como la mujer. Ambos, pocas veces pueden percibir las diferencias en los papeles que cumplen los sexos en nuestra sociedad, diferencias que perjudican a un sexo (condenándolo al atraso y a un estilo de vida discriminatorio que podría considerarse en algunos casos, inhumano) y favorecen, benefician y privilegian al otro.
8.     Referencias bibliográficas.
Acker, S. (1994). Género y Educación: Reflexiones sociológicas sobre mujeres, enseñanza y feminismo. Madrid, NARCEA, S.A. Ediciones.
Bonilla C., E. (1993). Género, Familia y Sociedad: La aproximación sociológica; FERMENTUN Revista Venezolana de Sociología y Antropología; ULA, Merida, Venezuela; año 3; N° especial 6 y 7; enero-agosto 1993; pp. 26 -41.
Bourque  y otros (1995). ¿Todos Igualitos? Género y Educación. Lima, Facultad de Ciencias Sociales - Pontificia Universidad Católica del Perú; Colección Temas en Sociología N° 6.
Lagarde, M. (1992). Identidad de género. Curso ofrecido del 25 al 30 de abril de 1992 en el Centro Juvenil “Olof Pame”. Managua.
Lamas, M. (ed.) (1996). El género en la construcción cultural de la diferencia sexual. México, Coordinación de humanidades, Programa Universitario de estudios de género.
Moser, C. O. (1995). Planificación de género y desarrollo: Teoría, práctica y capacitación. Lima, Red entre mujeres.
Pontificia Universidad católica del Perú (1997). Género: Conceptos básicos. Lima, Programa de Estudios de Género.


[1] Conversación informal con el autor.

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