Todo proceso de investigación
científica (sistemática, deliberada y guiada) tiene un punto de partida que es
la observación, descripción e interpretación de una situación a la que
otorgamos el carácter de “problema”. Esto es, tiene la susceptibilidad de ser
transformada a fin de satisfacer determinadas necesidades de un grupo humano
específico.
(Incluso, algunos autores, como
Gérard Fourez, cuestionan a la observación como punto de partida de la
investigación, en el sentido que para aproximarse a un objeto de estudio, está
el investigador y sus esquemas previos —interpretaciones— que lo llevan a
interesarse en él; en esta lógica, el punto de partida es, o son, los intereses
particulares del investigador, o los intereses particulares de algún agente o
colectivo que subvenciona la investigación. Rafael Ávila —2003—, en este
sentido, revela que “un proyecto de
investigación no es solamente un proceso de construcción de conocimientos, es
también un proceso de construcción de un equipo encargado de llevarlo a buen
término”).
Precisamente, esta descripción
e interpretación, se sostiene en, y utiliza cualidades que consideramos propias
de nuestro objeto de estudio, al cual, lo diferencian y particularizan en
referencia a otros similares ubicados en otros contextos.
Estas cualidades otorgadas al
objeto de estudio, nos aproximan a un conocimiento cada vez más preciso de su
naturaleza, al permitirnos percibir sus manifestaciones, modificaciones y
factores o elementos que intervienen en su existencia (estructura y complejidad).
Así, nuestro objeto de estudio, se convierte, automáticamente, en un fenómeno
medible, cualitativa o cuantitativamente, o ambas a la vez. Y si es medible, es
cognoscible; y si es cognoscible, por lo tanto, es modificable.
De hecho, en el proceso de
descripción e interpretación —caracterización— del objeto de estudio, se
encuentran inmersos, esquemas conceptuales y teóricos, ineludibles, e incluso
previos, que ameritan manifestarlos a fin de que otros agentes no
necesariamente involucrados directamente en el proceso, puedan entender y
conocer al objeto de estudio, y por ende, al proceso mismo de la investigación
cualitativa.
Como apuntaba Thomas Kuhn
(1962), “Lo
que ve un hombre depende tanto de lo que mira como de lo que su experiencia
visual y conceptual previa lo ha preparado a ver”; así
también, Alonso Tobón (2001), escribió que “el
proceso de conocimiento no es una simple y pasiva contemplación de la realidad,
pues ésta sólo se revela como tal en la medida que poseemos instrumental
teórico para aprehenderla, en otras palabras, poseemos los conceptos capaces de
abordarla”. En esta lógica, Gaston Bachelard (1945) afirma que “lo que llamamos un hecho, ya es un modelo
teórico de interpretación que habrá que establecer o probar”; y Gerard
Fourez (1994), también sostiene que “cuando
observo algo siempre tengo que describirlo. Para lo cual utilizo una serie de
nociones que ya tenía antes”.
Puede
sostenerse entonces, que un objeto de estudio, forma parte ya de un esquema
conceptual y teórico, el que le provee de ciertas características y
dimensiones, las mismas que nos facilitan su observación e identificación,
comprensión y medición de sus diversas manifestaciones. En esta actividad no
está exenta la mirada particular del investigador o de los investigadores, con
todos sus esquemas, paradigmas, experiencias, creencias, prejuicios, temores y
anhelos, que ello supone. En esta perspectiva, Q. Gibson (1964), nos recuerda
que “el conocimiento empírico que podemos
conseguir de los pensamientos y sentimientos de los demás depende, en una
palabra, de las generalizaciones de nuestra propia experiencia”.
Al
caracterizar el objeto de estudio, es decir, utilizar determinadas variables e
indicadores para definirlo o delimitarlo en un espacio y tiempo determinados, estamos
configurando y difundiendo el respectivo marco teórico conceptual, el mismo,
que sostiene y explica su presencia. Y a partir del cual, nos vamos
aproximando, conociéndolo más y más, interviniendo en su naturaleza a fin de
modificarlo con propósitos y objetivos ya definidos con anterioridad, pero a la
vez, susceptibles de ser adecuados —modificados— durante el proceso, hasta el
punto que nos conceda una coherencia, pertinente con nuestra lógica de
investigación.
Como
nos recuerda Wilfredo Carr (1990), citado por Gregorio Rodríguez Gómez y otros
(1999), “Los investigadores actuales son
plenamente conscientes de la importancia de la teoría en la investigación y
emplean una amplia gama de perspectivas teóricas para guiar la realización de
su trabajo”, y Miles y Huberman (1994), señalan que “un marco conceptual describe y/o explica, ya sea gráfica o
narrativamente, los principales aspectos que serán objeto de estudio en una
investigación cualitativa, así como las posibles relaciones que existen entre ellos”.
El
marco teórico conceptual, entonces, se convierte en, es, un elemento
fundamental en todo proceso de investigación, mucho más, si es de tipo
cualitativo; porque en este tipo se considera que el investigador forma parte
del objeto de estudio. Observa y es observado —se observa a sí mismo—. La
cultura del investigador, lo acompaña en todo momento; le es inherente, le
pertenece, es él. Lo mismo que, y mucho más evidente, cuando investiga
cualitativamente. Está en el objeto de estudio, y el objeto de estudio está en
él. “Por medio de la teoría intentamos
satisfacer nuestra necesidad humana de aportar explicaciones de nuestra
existencia como individuos y como especie”, señala acertadamente, Gregorio
Rodríguez Gómez y otros (1999).
Considerar
que la consulta de otras experiencias referidas a nuestro objeto de estudio
(antecedentes bibliográficos), la elaboración y precisión de conceptos
elementales (base conceptual o definición de términos básicos) y el estudio de
teorías pertinentes (base teórica); constituye lo que denominamos el marco
teórico conceptual, el cual cumple la función fundamental de presentar a
nuestro objeto de estudio, como un hecho comprensible y cognoscible en su
totalidad; por lo tanto, modificable de acuerdo a nuestras necesidades e
intereses.
En
suma, elaborar el marco teórico conceptual que dé claras evidencias —no sólo al
investigador o a los investigadores— de la existencia de nuestro objeto de
estudio, es un paso fundamental y previo a la estructuración del plan de
acciones, dentro de la metodología de la investigación-acción.
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