Por un lado, en nuestro país, el voto posee ‑debe poseer‑ 5 características: libre, personal, igual, obligatorio y secreto. Es necesario que cumpla con todas ellas para garantizar o considerar que la emisión del voto, el sufragio en sí, ha valido la pena, ha sido legítimo y concordante con los principios o exigencias de unas elecciones transparentes y democráticas.
Por otro lado, la emergencia
del acceso y uso masificado de las tecnologías de la información y la comunicación
(TIC), nos han permitido y nos está permitiendo un estilo de vida cada día más
satisfactorio. Tareas domésticas, actividades académicas, responsabilidades
laborales, y otros quehaceres recreativos, son ahora más satisfactorios, y nos
permiten consumir menos tiempo que cuando lo hacíamos antes de su emergencia.
En el primer caso, disfrutamos
de una estabilidad democrática, mal que bien, más saludable para el proceso de construcción
de una convivencia humana más próspera y en camino a la equidad universal, sino
a la justicia social ‑aunque para Drucker era nada más que una utopía‑.
En el segundo caso,
la vida cotidiana se nos ha hecho más ligera, tanto en el ámbito privado como
en el público. Entre otras cosas, porque han derrumbado las fronteras, al
menos, las físicas; nos falta aún, derrumbar las fronteras ideológicas que
también son tan inhumanas y mortales como las primeras, pero estamos
involucrados en esa tarea.
No obstante, las
TIC están logrando que el voto pierda la característica de secreto. ¿Cómo? El ciudadano
elector ingresa a la cámara secreta y fotografía su voto, de esta manera da fe
del voto que ha emitido, de la opción que ha marcado, y puede cobrar la
compensación que le ofrecieron. Por supuesto, una forma más fácil y menos
costosa de “comprar” votos.
En un país como el nuestro,
donde muchas personas difícilmente pueden tener en sus manos un billete de 20 o
50 dólares por ejemplo, sería bastante gratificante obtenerlo a cambio de vender
su voto. ¿Cómo evidencia o cumple con la venta? Con una fotografía tomada por
ella misma, en la cámara secreta.
Aún está empezando
este negocio, ¿hacia dónde nos llevará? Obviamente, a cualquier otra parte que no
sea una democracia saludable y consolidada como la que soñamos desde hace muchas
décadas.
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