domingo, 26 de octubre de 2014

ABSURDAS MEDITACIONES 3. DEMOCRACIA NUESTRA



 
Pensar, hablar o escribir sobre la inviabilidad de la democracia —entendida a nuestra manera— en nuestro país, es casi un pan de cada día. Quizá en la Francia de las postrimerías del Siglo XVIII, constituía una aberración ideológica; pero hoy en día, en nuestro país, atacado virulentamente por esa enfermedad casi demoniaca llamada corrupción, es una necesidad tan grande que compromete su sobrevivencia.

Por supuesto que la corrupción se vincula a comportamientos ilegales de funcionarios públicos, elegidos electoralmente o no. En este caso, nos preocupa los funcionarios elegidos electoralmente. Aquellos que enaltecen los principios democráticos, el servicio público, los intereses ciudadanos, la libertad política, la transparencia, entre otros, en sus actividades proselitistas electorales. Pero las decepciones que generan una vez elegidos y en el ejercicio del poder, son más grandes que las algarabías de sus mítines de cierre de campaña y de sus caravanas multicolores que cubren las calles y avenidas con éxtasis propios de los alucinógenos.

Se culpa a la reelección o re-reelección, como un factor que provoca los actos de corrupción, y hasta se piensa que prohibiéndolas, curaríamos dicho mal como por arte de magia. Nuestro Congreso va por esa senda, buscando aprobar una norma en ese sentido, pero es una norma que no alcanza a los congresistas, como si ellos, —ironía de por medio— estarían protegidos con algún tipo de vacuna exclusiva para su investidura. 

Posiblemente nos acostumbremos al destape de actos de corrupción como quien descubre un nuevo caso de enfermedad curable; posiblemente vinculemos la corrupción como algo inherente a nuestra democracia, contagia pero no mata; posiblemente asumamos dentro de poco que la única alternativa es vivir con ella aunque nos intoxique, a vivir sin ella porque moriremos. 

(Posiblemente, pienso, es nuestra democracia solo una ilusión adolescente que nos cubre de fantasías, trasladándonos a mundos imaginarios altamente satisfactorios capaces de aislarnos del dolor de la vida real, ocultando nuestras limitaciones e incompetencias, por no decir, nuestra taras de sociedad contemporánea).

Posiblemente sea nuestra democracia una cuestión de fe; creer en su existencia a pesar de las dudas de su viabilidad y de su real existencia, a cambio de sobrevivir —aunque sea— enfermos de por vida. Quizá solo sea una mera palabra lírica para corazones heridos y mentes obstruidas por la gravedad de sus propios dogmas. Quizá nuestra democracia sea una religión que sobrevive compitiendo con otras de su estirpe y naturaleza, nada más... La fe de por medio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario