Nos es muy común escuchar que la familia, prácticamente, es la única responsable de la educación de sus hijos e hijas; e incluso, que la escuela no educa, instruye. Este tipo de comentarios aparecen en momentos en los que a la escuela se la mira con un ánimo inquisidor frente a cifras estadísticas o casos particulares que desdicen, cuestionan o ponen en duda su importante y sacrificada labor: formar personas integralmente saludables concordantes con una sociedad libre y democrática.
No está demás enfatizar que las miradas o lecturas que construyamos sobre fenómenos propios de las ciencias sociales (la educación es una ciencia social), son múltiples, diversas y hasta contradictorias, y dependen fundamentalmente del observador, lector o intérprete, que decida compartir su apreciación.
No obstante, es posible confrontar percepciones y lecturas, a fin de atrevernos a buscar coincidencias y pretender una apreciación compartida. Por ejemplo, que la familia no puede por sí sola, responsabilizarse por la educación de sus vástagos; que la escuela no solo instruye, educa, y no puede evitarlo. Y que la educación es un proceso permanente y coparticipan en él, todas y cada una de las instituciones formales e informales: iglesia, estado, empresa, medios de información, internet, pandillas, policía, etc., además de las instituciones educativas.
Asimismo, eximir de esta gran responsabilidad a cualquiera de las instituciones, es tan penoso y nocivo, como responsabilizar solo a una de ellas: la familia, por ejemplo.
Ahora, lo admitimos, somos agentes que desde nuestro nacimiento nos involucramos en un proceso de aprendizaje permanente. Aprendemos y desaprendemos, nos educamos y reeducamos, en fin; y ello sucede en todos los espacios en los que interactuamos, inevitablemente, en todos (y no solo en la familia o en la escuela). A no ser que queramos reinventar o reelaborar nuestras nociones de educación, instrucción, aprendizaje, conocimiento, información, etc.
En suma, hacer de la familia una institución supereducadora, es eximir de la responsabilidad a otras instituciones que comparten la labor educativa, lo que agrava la problemática en esa área de la que adolecen muchos países, afectando o dificultando su propio desarrollo. La familia no es ninguna institución supereducadora. Es una más que forma parte de ese conjunto de instituciones que invierte mucho esfuerzo con el objetivo de (re)construir sociedad, de (re)hacer país, de (re)formar personas.
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