viernes, 17 de abril de 2015

NO SERÉ UN DOCENTE COMO ÉL


Exactamente, no recuerdo si eran los martes y miércoles; pero sí recuerdo que eran las dos primeras horas: de 01:00 a 02:40 de la tarde aproximadamente. El curso era Historia del Perú.

En ese entonces, cuando el profesor ingresaba al aula, los alumnos nos poníamos de pie. Hasta ahora, no entiendo por qué. Asumo que era una forma de saludo, de mostrar “respeto” (así, entre comillas), sumisión o cualquiera de esas otras esas cosas que tiene que ver con la relación de poder: el que manda y el que obedece. (De alguna forma entiendo, que el Perú actual, es producto de esas aulas).

Su rostro adusto, voz grave (creo que impostada y esforzada para evidenciar dominio), postura recta y vestimenta formal. Ahora que lo recuerdo, podría haber parecido un señor feudal frente a sus siervos, supervisando las labores agrícolas y ganaderas.

Ya sabíamos lo que haría. Extraía de su maletín negro que llamábamos tipo James Bond, un grupo de hojas engrapadas, papel periódico. Y empezaba la tortura, de aproximadamente 100 minutos. Dictaba muy rápido, paseándose por el aula como un soldadito en campaña o cuidando la frontera. (Le faltaba el fusil al hombro; aunque ahora que lo recuerdo, su arma era el registro de notas). Dictaba, dictaba y dictaba. No sabíamos cuando iba a dejar de hablar ese dictador que jugaba a ser pedagogo; hasta que por fin, por gracia de Dios, sonaba el timbre de cambio de hora. La felicidad en cada uno de nosotros era una recompensa casi divina a la resistencia ante cruel tortura. Pero no reíamos, no celebrábamos, no brincábamos de alegría; simplemente, suspirábamos con cierto temor... El dictador, aún no abandonaba el aula. 


Ese “docente” (así, entre comillas), me sirvió de mucho; ahora que lo recuerdo, fue mi espejo. No seré un docente como él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario