jueves, 26 de marzo de 2009

DAOS FRATERNALMENTE LA PAZ

Desde la secundaria hemos aprendido que la “Guerra con Chile” es un episodio de nuestra historia republicana que nos provoca sentimientos alejados de todo aquello que podemos llamar “orgullo nacional”. Desde entonces, a Chile lo consideramos un país enemigo, por tanto, las divisiones limítrofes que separan nuestros territorios no han sido totalmente definidas, y de vez en cuando, se convierten en caballitos de batalla a favor de los gobernantes de turno de uno y otro país, y es dable sospechar que, con mucha más trascendencia, en épocas electorales y pre-electorales. (Después de presentada la demanda peruana a la Corte Internacional de Justicia, vendrán objeciones, excepciones, argumentaciones, réplicas y alegatos finales, de ambas partes; en consecuencia, se espera que la Corte emita su sentencia entre los años 2011 y 2012). Aunque en este caso específico se trata de una extensa área marítima, se parece mucho al conflicto que mantuvimos durante varias décadas con nuestro vecino Ecuador. Y del cual, después de repentinos conflictos y escaramuzas con resultados fatales para ambos países, y tensiones casi permanentes que perturbaban las relaciones diplomáticas, no hemos conseguido más que sentimientos de “victoria” o “derrota” que para países como los nuestros y en una época globalizante, no ayudan mucho a la forja de una patria sudamericana que luche a brazo partido contra pestes mortíferas como la pobreza, la corrupción, el analfabetismo y la inequidad de género. Si bien, no hace mucho, un general de nuestro Ejército –ahora, en situación de retiro–, entre copa y copa aludió a nuestros vecinos del sur como un grupo humano condenado por nuestro despecho de centurias a, una vez pisado nuestro suelo, regresar a su país en una caja de madera o en una bolsa negra de esas que se utilizan para trasladar cadáveres, y nos pareció un exabrupto o una simple broma de mal gusto que le costó el cargo y su retiro honorable de la institución a la que consagró, prácticamente, toda su vida adulta; sin embargo, sospechamos que es casi el pensar de los estudiantes de secundaria de todo el país. (Aunque el Ministro Flores Aráoz, diga que "cada uno es dueño de lo que dice o no dice”). Ex militar que ha osado afirmar que ahora más que nunca nos toca prepararnos para una guerra –así, “guerra”– con el vecino sureño, utilizando una serenidad como quien te sugiere determinadas prendas de vestir para asistir a una fiesta de graduación o algo por el estilo. Debemos estar “con el ojo avizor y los fusiles en ristre” ha declarado el ex militar. Esta actitud causa sorpresa y temor si consideramos nuestra situación socioeconómica, casi menesterosa que experimentamos. Porque los bombos y platillos que risueñamente concedemos a nuestras cifras macroeconómicas, no las merecen las condiciones de pobreza y miseria que padecen millones de compatriotas, aun cuando se han invertido millones y millones de dólares durante décadas, para transformar tan inhumana situación. Resulta cuerdo también, esperar que las predicciones o sentimientos de Edwin Donayre, no coincidan con ningún oficial de su rango –de ninguna institución castrense–, en situación de actividad. Es más, con ningún militar, al margen del grado o rango que posea. La guerra que queremos, y lo tenemos bastante claro, es contra el hambre, la miseria, la delincuencia y la corrupción. Por ello, se oye bien cuando el Ministro de Defensa aclara que nuestra intención es pacífica y mostramos una transparente voluntad de hallar una solución civilizada a este asunto que nos está resultando bastante complicado ponernos de acuerdo. Ello justifica nuestra decisión de llevar el asunto a la Corte de La Haya, es un hecho “sensato” aclaró el Ministro Antero Flores Aráoz. Asimismo, "es importante resaltar una vez más la vocación de paz del Perú al recurrir a la máxima instancia judicial para la solución de este diferendo", declaró nuestro Ministro de Relaciones Exteriores, José Antonio García Belaúnde. Aunque el haber presentado la demanda a la Corte Internacional, nuestro país, un día antes del vencimiento del plazo fijado, haya generado malestar en la diplomacia chilena, por las palabras de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, no dudamos que ese país también tiene la voluntad de hallar una solución pacífica a este diferendo. “Mi mensaje fundamental es de tranquilidad”, dijo la presidenta chilena. El llamado “contencioso jurídico” que involucra los intereses de nuestro país con los de Chile, tiene su punto de partida en el trazado de una línea equidistante o una línea en paralelo. Los conocedores del tema señalan que esta última –que es la postura de Chile– perjudica los intereses del Perú (quitándonos 66,371 kilómetros cuadrados de mar; de los cuales, Chile considera que 28,471 km2 es parte de alta mar); mientras que la primera –defendida y reclamada por el Perú–, resulta más equitativa. Obviamente, es necesario un gráfico para entender este argumento. Posturas nacionalistas o chauvinistas, llevadas a extremos inflexibles, no aportan nada positivo a una convivencia civilizada entre países vecinos y que regulan sus sistemas de gobiernos al amparo de los principios de un Estado de derecho. Menos aun, en una época en la cual, el libre comercio se ha erigido en el paradigma de los países y sociedades en proceso de crecimiento y desarrollo sostenido. Mario Vargas Llosa, advierte que el nacionalismo “es la cultura del inculto, la religión del espíritu de campanario y una cortina de humo detrás de la cual anidan el prejuicio, la violencia y a menudo el racismo”. Que aquella exhortación y firme solicitud que desde el púlpito, diariamente, nuestros padres espirituales expresan, que constituye el titulo del presente artículo, a partir de ahora, sean expresadas –de una parte, por los predicadores–, y acatadas –de la otra, por los feligreses–, por una certeza con mayor profundidad que aquella que cotidianamente sentimos. Porque la paz, antes que un discurso y un sublime pedido sentimental, que su constate repetición nos puede aproximar al aburrimiento y al sinsentido, se convierta en una práctica constante que matice cada uno de nuestros actos como integrantes de un grupo humano mayor. Porque después de tantos males que amenazan deteriorar la fortaleza y afán de superación de nuestra gente, que se ha recuperado luego de dos décadas de ardua lucha contra el conflicto armado interno que azotó inmisericordemente a las poblaciones más pobres y marginadas de nuestra patria; nada más trágico y apocalíptico que sumar un conflicto bélico entre países hermanos que definitivamente, corroerá la fe y la esperanza en un cercano porvenir más saludable, además de descalabrar a nuestra frágil economía, después de tanto esfuerzo invertido en ello. Esperemos entonces, que el desenlace de este diferendo que a veces nos concede un aroma agrio e irónico como antojadizo, haga honor al nombre del punto aquel en la orilla del mar del cual parte la línea divisoria entre ambos países (postura defendida por el Perú, de acuerdo al Tratado de Lima firmado en 1929): Concordia. (Artículo que publiqué el dia domingo 22 de marzo, en el Suplemento Dominical, página 3, sección política, del diario La Industria de Chiclayo.)

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