viernes, 27 de marzo de 2009

DEMOCRACIA, GOBERNABILIDAD Y SALUD SOCIAL

El no convertirse en una experiencia vivencial para los grandes grupos poblacionales marginados, los ideales de igualdad, equidad y niveles de vida dignos y gratificantes que ofrece la democracia; está generando, a mi modo de ver, un irreversible proceso de deslegitimización de su papel fundamental como sistema regulador de la convivencia organizada, lo que conllevaría a la emergencia de un orden social caótico, salvaje y suicida; o lo que Peter Drucker denomina “nuevo desorden mundial”. Podría llegar el momento en que —refiriéndome a mi país (Perú)—, el uso legítimo de la fuerza por parte del Estado, ya no garantice ningún tipo de estabilidad para nadie y que, como sociedad, quizás hayamos adquirido un nuevo y lamentable adjetivo: Ingobernable. La ingobernabilidad es un fantasma que irrumpe en la agenda de nuestros gobernantes, alterando toda actividad programada y demandando cambios de rumbo no muy bien definidos y en muchos casos, inviables. Un fantasma que se atreve a cuestionar el orden jurídico-legal vigente, desconociendo toda institucionalidad y amenazando derrumbarlo todo. Aglutina las insatisfacciones y desconfianzas hacia las instituciones democráticas, así como, la incapacidad de la democracia para resolver los problemas sociales o para satisfacer las expectativas de los gobernados y, dada la pluralidad de intereses políticos en juego, denota la incapacidad del Estado de derecho para marchar al ritmo de la concertación y el consenso. Considerada una nueva categoría de análisis sociológico para explicar el desenvolvimiento de las relaciones de poder entre gobernantes y gobernados —específicamente, lo concerniente a la emergencia y desarrollo de los conflictos sociopolíticos—, la gobernabilidad, es también un indicador para medir el estado de salud de la democracia, porque, básicamente, es “crear consenso”. Esto es, limitar el desarrollo de los conflictos entre las diversas tendencias o fuerzas políticas, hasta convertirlo en una dinámica “negociación” que ofrezca una oportunidad ventajosa para las fuerzas involucradas. Y, no escapa de su acepción, el papel que cumplen las organizaciones ideológico-políticas y la inmensa responsabilidad que a ellas competen, de reorientar sus clásicas actividades proselitistas a fin de fortalecer, promover, facilitar y cultivar, permanentemente, “democracia” —léase: concertación y consenso— Para el PNUD, “El progreso hacia la democracia está estrechamente vinculado con el progreso en la protección a los derechos humanos”. En ese sentido, la “democracia”, debe rebasar los límites del discurso proselitista y apologista, y llegar a sentirse, como suponemos significa —oportunidad para todos de acceder a un mejor nivel de vida—, en la cotidianidad de cada ciudadano, de cada individuo, de cada familia. Pues, observamos que la ingobernabilidad es un fenómeno que emerge desde las legitimas aspiraciones, no atendidas, de los gobernados; e irrumpe violentamente exigiendo respuestas rápidas, adecuadas y digeribles que generen cambios vivenciables y que den cuenta de satisfactorias situaciones, capaces de albergar todas las expectativas iniciales e ignoradas, por quienes –todos lo saben—, tienen la responsabilidad de atenderlas. (Para, y por ello, fueron elegidos) (Artículo que publiqué en la Revista Latinoamericana SEÑALES, en la edición 41, página 34; mayo de 2005.)

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