viernes, 27 de marzo de 2009

EL STAND ELECTORAL Y EL VOTO OBLIGATORIO

“Quien tiene elección, tiene tormento” nos advierte Zaratustra y con sabia prudencia. Esto muy bien se aplica en esta contienda electoral en la que participan candidatos que parecen encajar en todos los gustos y preferencias. La vitrina electoral nos muestra una variopinta diversidad y complica la elección que de todas maneras tendremos que hacer. Elegir al próximo jefe de Estado, Presidente de la Republica y representante de las naciones que integran este heterogéneo país con marcados problemas de gobernabilidad, es una tarea que implica reflexiones previas o ligerezas irascibles de parte de cada elector. Aunque no necesariamente elegiremos al “superhombre” nietzscheano. Las ofertas divulgadas y que nos venden posibles y mejores futuros escenarios en nuestra realidad, son tentadoras y son capaces de seducir a cualquier desprevenido elector, a quien subliminalmente le arranquen el poder decisorio que tiene en sus manos, y no volverán a tenerlo en cuenta hasta una próxima campaña electoral. Así como una vez lo fue la generación de puestos de trabajo, la pacificación del país, o la lucha contra la pobreza; ahora, la lucha contra la corrupción, es el tema central en esta contienda. En torno a esta consigna y slogan marketero se han elaborado infinidad de frases y promesas fantásticas algunas, y otras, elogiosas y moderadas pero no menos fascinantes. Obviamente, siempre se ofrece lo que no existe y siempre se desea lo que no se tiene. Así, en nuestro país lo que mas se necesita y lo que demanda la ciudadanía es justicia (no impunidad), austeridad (manejo responsable del tesoro público), orden (respeto al principio de autoridad) y seguridad ciudadana (no violencia en las calles), principalmente. Amén de los logros ya vivenciados como son la estabilidad económica y monetaria del país. Sin embargo, la ciudadanía expresa que la obligatoriedad en el cumplimiento del derecho de elección, es un mandato legal que pode a duda la legitimidad del triunfador, sea quien fuere. Siendo las opciones ofertadas, todas ellas, deficientes para atender la totalidad de las expectativas de un electorado hastiado de promesas y sonrisas estériles y casi sarcásticas como amnésicas; un electorado ya fatigado por el largo trajinar infructuoso del camino electoral; siendo los candidatos presentados, alternativas alejadas del perfil demandado y no merecedoras del voto requerido, la obligatoriedad del voto se vuelve una actitud y una acción etéreas. No reales, no capaces de expresar con certeza los sentimientos del elector. Ningún producto ofertado que se exhibe en el stand electoral se ajusta a la demanda soberana de la ciudadanía, Ningún candidato es “bueno”, sin embargo, irónicamente, tiene que elegirse a uno. La democracia delegativa, en nuestro país, se sostiene en el principio de la mayoría simple. Aun, la denominada “segunda vuelta”, que surge como una alternativa para satisfacer el principio de “mayoría absoluta” —cuando el caso lo requiere—, se ve contaminada con la condición de “obligatoriedad” del derecho a voto. Se asiste al sufragio con reticencias y recelos y con desidia o tedio, tan solo, en la mayoría de los casos —es una verdad perceptible y susceptible de ser contrastada—, para evitar el pago de una multa que resulta un golpe bajo y abusivo a la pobreza y extrema pobreza que sufre la mayoría de los votantes. Obligar al ciudadano a elegir una opción entre tantas otras, todas ellas no deseadas, es una situación que obliga a una revisión de nuestra legislación electoral a fin de devolver al mecanismo electoral su real y justo espíritu democrático, así como de otorgar el debido respeto a la calidad de soberano que le es inherente a todo ciudadano elector. (Artículo que publiqué en la página editorial del diario La Industria de Chiclayo, el día 26 de febrero de 2006; en el auge de la campaña electoral de las elecciones generales 2006.)

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