lunes, 30 de marzo de 2009

ESCUELA Y FAMILIA: UNA ALIANZA ESTRÁTEGICA

En estos tiempos, cuando se está repensando el papel de la escuela en la socialización de las nuevas generaciones en aras de la construcción de una sociedad humana saludable y fructífera para bienestar de todos sus integrantes, del mismo modo, cabe repensar y reconsiderar los nuevos papeles que a la familia le corresponde asumir en calidad de unidad básica de la comunidad educativa de la que tanto se habla. Obviamente, es la familia la primera escuela por la que transitamos —ahora lo sabemos, desde nuestra concepción en el vientre materno— y de la que difícil y raramente escapamos, ya que necesitamos de ella para lograr nuestros primeros aprendizajes de tal manera que podamos desenvolvernos en este mundo nuevo —nada hospitalario— que nos ofrece e impone retos en nuestro crecimiento y desarrollo personal y social. Conocimientos, habilidades y actitudes nos muestra y vierte constantemente, y de una y mil maneras, la sociedad toda. La educación —ahora, muchísimo más compleja y con una clara tendencia a la diversificación—, es un proceso inacabable y en el cual raramente podemos distinguir con claridad quienes son realmente los educadores y quienes los educandos. La educación formal, entonces, transita por una difícil y exigente etapa de reestructuración que le impone la asunción de radicales cambios cuantitativos y cualitativos. Precisamente, aquí es cuando resulta necesario reconsiderar y replantear los papeles que corresponde a la comunidad educativa. Y comunidad educativa, de pronto, nos viene como sinónimo de sociedad (Titulo IV, Ley 28044). Así de fácil y así de complejo. Porque quienes asumen el papel de docente, profesor, maestro, pedagogo, educador, instructor, orientador, facilitador o como se le quiera llamar —ya que está de moda el uso de vocablos considerados modernos en este terreno—, incluso en la educación formal, no sólo es quien es considerado así y quien se supone tiene la autoridad en el aula y es el “dueño” de su curso y de su hora de clase. El llamado profesor —por querer usar el vocablo común y consensuado—, no es el único que “enseña” en una institución educativa. Lo es también, el compañero de carpeta, el portero, el personal administrativo, el conserje, la vendedora de golosinas en el kiosco o en la puerta de ingreso al plantel —vocablo que raramente se usa—. Cuando éramos alumnos o aprendices —sabemos que nunca dejamos de asumir este papel—, hemos construido nuestros conocimientos gracias a la participación de todos y cada uno de ellos. Amén de nuestra familia, nuestra primera y principal escuela. Sin embargo, la evaluación y calificación del “proceso de aprendizaje” es exclusividad del “profesor” y sólo ésta evaluación y calificación es validada, considerada y tomada en cuenta por la sociedad a la hora de construir el perfil de cada persona. No sólo el profesor forma parte activa de la educación y formación de los alumnos y alumnas, sin embargo es él, y solo él, quien los evalúa y califica. Desde una óptica democrática, resulta injusto y absurdo, hasta tragicómico. Porque las subjetividades intervienen groseramente en todo proceso evaluativo, y son ellas las que lo deslegitiman y lo desvinculan del aprendizaje. En consecuencia, a la familia le toca asumir papeles más comprometidos con el proceso educativo de sus hijos e hijas (Art. 54, Ley 28044). Obviamente, que lo hace y siempre lo ha hecho. Pero ahora, el mundo globalizado y altamente competitivo, ha creado un mercado laboral difícilmente accesible, y es hacia él, que apunta todo proceso educativo y formativo. Entonces, familia y escuela les urge convenir una alianza estratégica que consienta tareas y responsabilidades equitativas para ambas en todos los momentos del proceso educativo. Y siendo el estudiante “el centro del proceso y del sistema educativo” (Art. 53, Ley 28044), tiene la potestad de intervenir directamente en darle forma y dirección, mediante mecanismos participativos y democráticos. Sabe, por supuesto que sabe; puede, por supuesto que puede; quiere, por supuesto que quiere. Las condiciones objetivas ya están dadas. (Artículo que publiqué en la página editorial del diario La Industria de Chiclayo, el día 08 de julio de 2006.)

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