jueves, 16 de abril de 2009

LAS IDEAS DE “DIOS” Y LA CONDUCTA SOCIAL

Resulta una tarea poco fácil y nada agradable dedicarse al análisis del impacto que producen las iglesias o la religión en las sociedades humanas como la nuestra, donde el sincretismo religioso es un fenómeno fluido y en permanente ebullición a pesar de los siglos transcurridos y los cambios técnico-científicos sucedidos en las ultimas décadas. Evidentemente, la iglesia (en todas las denominaciones cristianas existentes) es una institución socializadora, y como tal, crea y utiliza mecanismos que regulan y de alguna forma, guían y conducen el comportamiento de los grupos humanos alcanzados por su influencia. “Dios” —con minúscula o con mayúscula—, de pronto se torna en el principal producto que venden las iglesias y que implica la elección de un estilo de vida particular y de una cosmovisión que permita su perpetuación como tal. Sin embargo, y no sólo, quienes pertenecen o simpatizan con determinada denominación eclesiástica, sino todos los individuos pertenecientes a un estado laico, construyen una idea de “dios” particular y de acuerdo a sus objetivos e intereses y con el afán de defender y satisfacer sus infinitas —y no precisamente, socialmente aceptables— necesidades. Así, la doctrina que señala que somos “imagen y semejanza” de un omnipresente y omnipotente creador; se deslegitima cuando este “creador” se convierte en imagen y semejanza de nuestras individualidades. El mendigo, la prostituta, el ladrón, el analfabeto, el científico, el desempleado, el avaro, el político, el estudiante, el soberbio, el egoísta, en fin, cada una de estas personalidades y papeles sociales, edifica a su imagen y semejanza y sin presión alguna, una idea de “dios” magnifica y tan real como describen ciertas instituciones eclesiásticas cristianas, es el “dios verdadero”. Lo paradójico aparece cuando se otorga a un solo dios (en nuestro caso, el Dios cristiano), infinitas cualidades y perfiles, de tal manera que lo fragmentan y descomponen en infinitos matices y tonos teológicos, arrogándose cada uno de ellos, una legitimidad y originalidad casi dogmática capaces de perturbar todo signo de buena voluntad y de fe al servicio de la humanidad, y de alejar a todo creyente o a todo aspirante a serlo, de la real esencia de la cristiandad: el amor recíproco entre prójimos, debido al reconocimiento previo de una única esencia divina: Dios. Entonces, actitudes y hábitos, sociales, antisociales y hasta disociables, se adjudican el amparo necesario de un “dios” creado con ese fin. El asesino, asesina en nombre de su dios; el ladrón, delinque en nombre de su dios; el mendigo, mendiga en nombre de su dios; el político, miente a diestra y siniestra en nombre de su dios. Esos “dioses” creados a imagen y semejanza de cada cual, despojan de todo sentimiento de culpa y responsabilidad a su “creador” y sostienen firmemente toda conducta inescrupulosa y hasta criminal de éste. En fin, “dios”, asume la característica de un sustantivo tan vital y pluriforme, que se pone al servicio de todo carácter sicosocial y que no escatima recurso ni esfuerzo alguno para proporcionar satisfacción plena a su “creador” humano y liberarlo de toda responsabilidad individual o social, si es que ella existiera a raíz de alguno de sus actos. En resumen, la creatividad humana es ilimitada y tan poderosa que traspasa toda frontera y obstáculo, y no haya sosiego, aun, en la extrema fatiga y cansancio. El afán de poder, esto es, alcanzar una situación que nos permita proporcionarnos la mayor cantidad posible de satisfacciones al menor costo, hace que cada individuo asuma actitudes tan propias y peculiares, que muchas de ellas, contradicen y socavan el sentido de pertenencia que necesita el cuerpo social para proveer un estado saludable a sus integrantes. (Artículo que publiqué en la página editorial del diario La Industria de Chiclayo, el día 25 de abril del año 2006)

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