viernes, 26 de junio de 2009

EL ESTADO NO MIEDOSO

Después de los esfuerzos invertidos —suponemos que se ha esforzado—, el Premier Yehude al presentarse a dialogar con los campesinos en la sierra centro y con los nativos en la región nororiental, y lograr algunos acuerdos que facilitaron el cese de las protestas —o un periodo de tregua— y de sus medidas que perturbaron a todo el país, declara que lo importante es tener en cuenta que ahora la gente sabe que el Estado no tiene miedo. Podría haber sido producto de la fatiga y de la frustración de enfrentarse a una posible censura —obviamente, en medio de todo este embrollo, algo capaz de llamar la atención pública tendrían que hacer nuestros congresistas—, Yehude ha dejado entrever que “gobernar” es sinónimo de “fuerza”, y que, legislar, es sinónimo de “imposición”. No consultar a la ciudadanía, elaborar y decretar leyes al amparo de la oscuridad de la noche o en el silencio de los difícilmente penetrables cubiles y oficinas gubernamentales, como si quienes han recibido el encargo —sí, el encargo— supremo de representarnos políticamente —sólo políticamente, es necesario aclararlo y recodarlo siempre— tuvieran el privilegio, la facultad o la bendición divina de ser “intelectualmente” superiores a todos los representados y gobernados. Que un grupo de ciudadanos y ciudadanas, expresen su desacuerdo y protesten en contra de la aprobación inconsulta de leyes que consideran nocivas a sus intereses, es interpretado por algunos gobernantes, como el indicador que nos advierte de la presencia de extremistas y extranjeros que lo único que quieren es obstaculizar el “buen” gobierno en el país. No pueden entender que la democracia, el régimen que tanto defienden y “promueven”, implica ello. Democracia como sinónimo de participación ciudadana. La ciudadanía, los ciudadanos y ciudadanas —habrá que recordarle a nuestro Jefe de Estado, así sean de primera, de segunda o de tercera clase—, es la llamada a participar activamente en la administración de la cosa pública. Ciudadanía, no sólo implica asistir y participar en los actos electorales, y sólo para elegir a los pretendientes a la representación política o para decidir si una determinada autoridad política, continúa o no en el cargo. Ciudadanía, es un ejercicio que nos propone un amplio espacio donde las oportunidades de intervenir en la toma de las decisiones políticas, son infinitas. Incluso, la omisión al sufragio y la inasistencia a los actos electorales, forman parte también del libre ejercicio de la ciudadanía. Mucho más en este país, donde las alternativas ideológico-políticas en competencia, a veces, ninguna de ellas, representan opciones que nos convencen, porque no nos satisfacen, no responden a nuestras demandas e intereses, o simplemente, porque no nos agradan. Además, el Presidente actual, considera que la concepción de desarrollo que él maneja, es la única que existe en el mundo, o es la única que merece ser considerada porque es la única que nos garantiza alcanzar los picos estándar de crecimiento y desarrollo. Y no es capaz de entender que pueden existir otras concepciones que son tan válidas —e incluso, tan eficientes y satisfactorias— como él considera a la suya. Otra de las creencias promovidas y predicadas religiosamente, y no sólo por el actual gobierno —sus antecesores, hicieron lo mismo—, es aquella que nos vende la idea —casi sagrada e inobjetable— que sólo la inversión privada, y si es extranjera, mucho mejor, solucionará todos nuestros problemas que nos acercan al colapso nacional, porque sospechamos que cada año, nos aproximamos a una situación de ingobernabilidad crítica. Que el Estado, ahora más que antes, se vea en la obligación de autorizar el ingreso de las Fuerzas Armadas para reestablecer y garantizar el llamado “orden público”, porque la intervención de la Policía Nacional deja de ser eficiente, nos indica las grandes dificultades que las labores gubernamentales enfrentan para sostener aquello que conocemos como “gobernabilidad”, fenómeno que precede a la “gobernanza”. Entendida, en pocas palabras, como la buena salud del gobierno. O como las armónicas relaciones entre los gobernantes y los gobernados. La desesperación gubernamental —básicamente, del Ejecutivo— por aprobar y poner en ejecución medidas legislativas que responden a los acuerdos suscritos en el TLC con EE.UU., y obviar la consulta ciudadana o también llamada “licencia social”, puede indicar el temor del Gobierno hacia el no logro de los indicadores que el jefe de Estado señaló en su primer mensaje a la nación al asumir el mando, de cara a los dos años que resta de su periodo. Indicadores de pobreza y extrema pobreza, desempleo, desnutrición infantil, etc. Ello, porque se ha creído y se ha entendido al TLC con los Estados Unidos, como el remedio para todos nuestros males; amén, que muchos de ellos, los venimos padeciendo desde décadas atrás. Hay otro discurso repetitivo que el Ejecutivo no ha dejado de lanzarlo y utilizarlo como un escudo ante los cuestionamientos a sus actitudes desesperadas que ya han generado hechos lamentables y dolorosos. Que los recursos de nuestra patria, no son de propiedad exclusiva de un grupo de peruanos y peruanas —ciudadanos de segunda clase, fueron llamados—, sino, pertenecen a toda la nación. Precisamente, toda la nación tampoco ha sido consultada sobre la aprobación o no de las medidas legislativas que, después de tanto desatino, han sido derogadas. Porque la nación —en nuestro caso, las naciones— es la legítima propietaria de todo lo que existe en nuestra área geográfica; no es el Estado. El Estado no es dueño de nada, absolutamente de nada. Es tan sólo un administrador encargado de dar un uso razonable —que frasecita tan simpática— a los recursos de la patria, de acuerdo a los intereses y necesidades nacionales —otra frasecita igualmente simpática; además, suena bonito—. El Estado, los gobernantes y representantes políticos, se justifican por la existencia y por la voluntad, (sugerencias, solicitudes, demandas y exigencias) de los gobernados y representados. Fuera de ello, adquiere una naturaleza absurda. Y cuando el Estado adquiere ésta cualidad, se enfrenta a la alterativa de convertirse en un ente autoritario, dictatorial, abusivo y criminal. El Leviatán de Hobbes, muestra su rostro real. Entonces, no se trata que los gobernantes utilicen los recursos de la patria —de todos los ciudadanos y ciudadanas— tan sólo para demostrar que no tienen miedo. Que son valientes, que son fuertes. Que son “sabios” y, por lo tanto, tienen la panacea en sus manos y lo único que necesitan es un salvoconducto para gobernar sin obstáculos ni cuestionamientos. Estas actitudes constituyen una trampa mortal para la democracia porque nos conducen al autoritarismo. Esa otra peste, al igual que la corrupción, que cual infección viral, perturba la sana convivencia social, y la envilece. Se trata que nuestros gobernantes, ejerciten esa cualidad tan humana como sabia: Escuchar a los otros. Aunque Rousseau, nos haya advertido hace un par de siglos, que la democracia no es fruto que crece en todos los climas, esforcémonos en escucharnos recíprocamente. Nuestra democracia, lo exige… y lo necesita.

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