jueves, 1 de octubre de 2009

EL CAPITAL SOCIAL: NUESTRO ÚLTIMO RECURSO

En 1916, Lyda Judson Hanifan, utilizó por primera vez la frase “capital social”, para describir los centros comunitarios de las escuelas rurales en los EE.UU. Desde aquel año, ha sido utilizada por diversos estudiosos para referirse, explicar e interpretar las relaciones interpersonales al interior de determinados grupos humanos. Honestidad, confiabilidad, reciprocidad y responsabilidad, son los factores que, sumados y en una constante práctica por un determinado grupo humano para mantenerse como tal y alcanzar objetivos que beneficien al grupo, según Fukuyama (1999, 35-40), constituyen el capital social. Para Robert D. Putnam (1993), citado por Dieter Nohlen, son la comunicación, la confianza y la cooperación, interpersonales. Es con el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1984) que el capital social adquiere otra concepción; pues, lo define como un recurso individual. Pero este recurso individual logra ser efectivo y satisface las necesidades del individuo, cuando éste, necesariamente, se halla interconectado mediante redes sociales a un grupo humano más grande que lo contiene y le presenta alternativas de movilización y ascenso social. Es esta noción de capital social, alejado del bien común, el que percibimos en nuestro país y que lo ha colocado en un lugar casi imposible de salir. Este individuo con un riquísimo capital social y gracias a su propio esfuerzo, logra crear y recrear, construir y reconstruir relaciones interpersonales que se basan en la confianza o amistad y logra influenciar o persuadir a otros individuos con cierto poder de decisión —“padrino”, “vara”, “compadre”, etc.—, para alimentar sus expectativas y satisfacerse a sí mismo, sin tomar en cuenta los daños que pueda causar al cuerpo social. (Encontrar trabajo, aprobar una asignatura, dilatar un juicio, anular una papeleta de tránsito, por ejemplo) Siguiendo esta lógica y utilizando esta acepción de capital social, coincidiremos en que, en nuestro país, no hace falta capital social ni somos un país pobre en ese sentido. Sino, y sumándonos a las conclusiones de Dieter Nohlen, somos un país en el cual abunda el capital social, y de lo que se trata, no es crear capital social, se trata de redireccionarlo. Pues, a ese individuo, individualizado e individualizante —quién, para alcanzar sus objetivos y satisfacer sus anhelos, no tiene en cuenta las necesidades de los demás ni los posibles daños o dificultades que podría causarles—, persuadirlo de volver una mirada a sus semejantes y junto a ellos, buscar y luchar por metas y objetivos similares. Se trata pues, para “salvar” a la democracia y ubicarla en un lugar seguro de tal forma que nos garantice una convivencia saludable mediante la construcción de una sociedad más equitativa, justa, humana y desarrollista, de sensibilizar a ese individuo, individualizado e individualizante, para que valore y construya un nuevo significado de “sociedad” que le permita utilizar capacidades, tales como: la cooperación, la responsabilidad social, solidaridad, identificación y espíritu de cuerpo, en salvaguarda de la sociedad de la que es un valioso integrante. Este es el desafío, “redireccionar el capital social”, según D. Nohlen, que tiene que superar la democracia de nuestros días para cerrar este capítulo de la historia de nebulosas transiciones y de globales torbellinos sociales, para salir triunfante y permanecer como el único paradigma de organización social y humana.

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