lunes, 5 de octubre de 2009

EL HOMBRE CONTRA EL ESTADO

Hans Peter Müller escribe que el Estado “No es una sustancia o cosa... no es el sujeto de una decisión moral”, y luego agrega que el Estado “sólo existe por la relación que tienen sus miembros entre ellos mismos”. Obviamente, aquí se alude a la existencia de la democracia como doctrina de convivencia, donde los hombres y las mujeres optan libremente por delegar el poder que poseen a un representante para que ordene y edifique una sociedad íntegramente saludable, asumiendo los principios de universalidad, concertación y respeto a la vida del conjunto. Nosotros, actores principales en este gran espectáculo que es la vida en sociedad, percibimos del Estado, no siendo una cosa, su insaciable hambre de poder y riqueza, si infinita autoridad y despotismo, además, su cualidad de invencible. Realmente, Hobbes, lo llamó apropiadamente: Monstruo; Y Friedrich Nietzsche, “el más frío de todos los monstruos fríos”. Este Estado que fácilmente y de un sólo golpe quita a la democracia de su camino para operar libremente, haciendo uso de la fuerza, defendiendo y empujando determinados intereses hasta concretizarlos, no toma en cuenta a la ciudadanía ni a la ley; entonces, se da la figura que Carlos Astuquipán llama la “explotación del hombre por el Estado”. Y si se obstaculiza el derecho a participar en la toma de decisiones y al control del curso que seguirán ellas, a los miembros de la sociedad (democracia), realidad casi cotidiana en América Latina; entonces, concordaremos con Horacio Brevia cuando afirma que América Latina “no sólo ha retrocedido democráticamente sino que carece hoy de un mejor paradigma de democracia”. Esta lucha que el ciudadano de hoy libra contra el Estado, es una realidad cotidiana. A veces pareciera que el Estado es un ente que puede operar prescindiendo de los elegidos, porque no importa quién o quiénes asuman su conducción, de igual manera, prevalecerá su fuerza y oídos sordos, para imponer medidas que la ciudadanía —la legítima progenitora del poder que ejerce— rechaza. Este Estado que actúa como todo animal salvaje, arrogante, torpe, irracional y desafiante, es quien ha monopolizado las actividades de reordenar y reconstruir un espacio y orden social donde todos los seres humanos se realicen como tales. Aún, estando tipificado en las leyes, el derecho a la rebelión que puede facultarse la ciudadanía para cortar y golpear a un Estado intrépido, irrespetuoso e insulso contra el soberano, es una situación difícil de llevarla a cabo. Lo más que podemos hacer, es pequeños ruidos y risibles desórdenes para que el Estado automáticamente, releve a sus cabezas —porque sí que lo es: un monstruo pluricéfalo— y continuar operando. Quizá más simpático, más amable y más comunicativo; pero no, menos fuerte, menos déspota ni menos salvaje. Desde que la historia promovió el arbitraje entre los hombres, creo que perdimos —¿por siempre?— la oportunidad de ejercer nuestra autonomía y poder para forjarnos como seres libres, sociables, humanos e inteligentes.

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