jueves, 5 de noviembre de 2009

LIBERALISMO Y MARXISMO EN LA LITERATURA DE LOS 90

Por encima de toda polémica y contradicciones sobre el carácter ideológico del siglo XX, concluimos que los paradigmas influyentes y que se mantuvieron en una constante ebullición y enfrentamiento, fueron dos: el liberalismo y el marxismo. Economía de Estado y economía de mercado, pretendiendo ser más preciso. Ello generó y alimentó, a partir de la segunda mitad del siglo, esa siniestra pesadilla denominada “guerra fría”. Liberalismo y marxismo, fueron las ideologías hegemónicas que impregnaron su sello en los movimientos sociales del siglo. (Aun no adquirían una presencia relevante aquellas otras posturas intermedias, como la denominada “Tercera Vía” de Giddens, a partir de los años 80). En otros términos y desde otra óptica, las generaciones jóvenes descubrían un mundo insertado en esa pugna, de la cual no tenían otra opción que apostar por una de ellas; no había términos medios. Entonces, en esa lógica se esperaba que las generaciones jóvenes asumieran una postura frente a esos paradigmas ideológicos, lo que no sucedió con la generación de los 90, también llamada, por esa y otras razones: “Generación X”. Sucedió que la implementación de la Perestroika y la caída del muro de Berlín, y con ellos, la caída del “socialismo realmente existente”, se aperturó una época sociopolítica que muchos nombraron como la “crisis de los paradigmas”, el “postcapitalismo”, el “postmodernismo”, etc. Nació, pues, en el mundo, una época de transición que ofrece un futuro incierto y poco previsible, a razón de la polaridad ideología en la que el mundo estaba acostumbrado a moverse; polaridad, en declive. No sabría pronosticarse con un mínimo de certeza, hacia dónde iba la humanidad. Fue un momento de transición, como lo denominó Peter Drucker, y toda transición, escribió, obnubila el pensamiento y la razón. Así, la generación literaria de los noventa (específicamente, en la ciudad de Chiclayo), en su temática tratada, mostró un discurso totalmente ajeno a cualquiera de las ideologías antes señaladas. Es en ese sentido, que pudo entenderse un discurso y una temática “desideologizados”. Jamás, y desde ninguna otra óptica, debe entenderse como ausencia de ideología. Ello, seria un absurdo. La ideología como discurso y como praxis, es inherente al ser humano. De allí, que los noventinos hayan expresado una ideología propia, quizás; su desencanto y rechazo a toda practica ideo-política partidaria clásica o hegemónica, podría ser un indicador. Obviamente, constituye un error o una ligereza, otorgar el significado de “ausencia de ideología” al término “desideologización”. La ideología es inherente a todo acto, pensamiento u omisión humana. Por ello, cuando un autor escribe que “en todo lo que hacemos los seres humanos hay elementos o determinantes ideológicos”, es un acierto. Observamos, entonces, que la literatura de los 90, “está desprovista totalmente de todo matiz ideológico clásico”. “Clásico”, alude a esos paradigmas ideológicos hegemónicos que zarandearon al siglo XX. Siglo que, en sus últimas décadas, ofreció un panorama distinto. Panorama que algunos estudiosos identificaron como “el fin de la historia” (Fukuyama) o el “fin de las ideologías” (Bell). El liberalismo o la social democracia (para Fukuyama) se perfila como la ideología triunfadora; por lo tanto, el conflicto ideológico ha finalizado, en consecuencia, la historia —en ese sentido— ha terminado. No obstante, de ninguna manera ello implica que en el devenir histórico, no emerjan otros paradigmas ideológicos y quizá también perfilen otros tipos de conflictos, y hasta más aberrantes que los anteriores.

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