domingo, 2 de mayo de 2010

LAS PROMESAS ELECTORALES

A pesar de lo fantásticas que resultan las promesas electorales en nuestro país, encuentran acogida en una ciudadanía que siempre expresa tedio frente a ellas. En cierto modo, pareciera inconcebible proselitismo sin promesas, o que éstas constituyen parte fundamental de aquel. No cabe duda, que una promesa electoral como mecanismo de oferta de posibles escenarios futuros y supuestamente deseados por el electorado, se convierte en un “anzuelo” (o “arpón”, según el caso) que permite dirigir el voto en dirección y a conveniencia de los intereses particulares de las agrupaciones políticas participantes en una determinada contienda electoral. No cuenta la racionalidad o coherencia en su contenido. Pueden ser inverosímiles como alucinantes, atrevidas como desarraigadas de todo escrúpulo o patrón ético socialmente aceptable; las hay, exageradas, divertidas, tontas, irreverentes y hasta estúpidas o mentecatas. Las ofertas electorales son tan variadas y contradictorias como los anhelos y deseos de cambio que merodean airadamente en el espíritu ciudadano. Prometer duplicar la remuneración del magisterio, por ejemplo, en un quinquenio y no cumplir; pero aún, expresar que fue una promesa propia del proselitismo y justificarla con el cuento de “combatir” a una dictadura, es decir, fue una embaucada deliberada y confesarla sin vergüenza alguna, sí que es propio de cleptómanos o de engendros semejantes sin otro interés que hacerse del poder para saciar apetitos sociopatológicos o de cualquier otra índole no muy alejada de este perfil. O en otro caso, prometer eliminar la renta básica en la telefonía fija (sabiendo que dicho concepto está regulado, claramente o no, en el respectivo contrato de concesión celebrado con el Estado) y después argumentar infinidad de justificaciones para evitar su cumplimiento, y con inusual desparpajo defender lo indefendible o pretender ocultar lo inocultable; también indica una actitud reprochable e irresponsable en quienes, en calidad de candidatos, diseminan infinidad de ofertas electorales sin siquiera tener la mínima certeza de cumplirlas una vez conquistado el poder. Ello constituye una afrenta a la ciudadanía porque de ella emana el poder que luego ejercerá el parlanchín y demagogo que la atosigó de promesas sinfín. Hasta podría merecer una sanción en tanto la población expuesta a incontables promesas electorales, asume actitudes optimistas y de esperanzas para luego terminar en una situación frustrante y vergonzosa al descubrir que ha sido vilmente engañada. Y sabemos que toda frustración sienta base para generar un clima social propenso a la violencia y al no respeto a la autoridad elegida. Se deslegitima la representatividad política y se carcome los cimientos de una democracia en proceso de consolidación. Se resquebraja toda confianza en el sistema, y no es para menos. A un engaño deliberado, con el agravante que el embustero termina siendo proclamado gobernante, corresponde una respuesta nada pacífica y mas bien, recelosa y reacia a la concertación y al dialogo. Podemos concluir que la vigencia ininterrumpida de promesas electorales incumplidas, manifiesta de quienes se dedican a competir por el poder, una actitud desleal y traidora y merecedora de una pena capaz de implicar la suspensión de por vida de sus derechos políticos; y de quienes son solo receptores —y víctimas— de semejantes mentiras, revela una necesidad de protegerse legalmente ante actitud ingrata y desnaturalizada. Una promesa incumplida, genera en la población burlada por ella, una inclinación hacia alternativas de gobierno no democrático y una gran desconfianza en el mecanismo electoral para elegir representantes políticos. Entonces, la responsabilidad de defender la democracia, recae no sólo en la población electoral, sino y fundamentalmente, en quienes en calidad de candidatos asumen la función de plantear y ofertar planes de gobierno que realmente expresen, no solo una intencionalidad, sino su factibilidad. La promesa electoral irresponsable y atolondrada, es antidemocrática. Y hoy en día, todo acto o dicho antidemocrático, resulta nocivo y tendencioso.

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