jueves, 27 de enero de 2011

LA FORMACIÓN CIUDADANA

Uno de los últimos encargos conferidos a la Educación Básica Regular, es la formación ciudadana y cívica (DCN, 2009). A pesar que “a veces nuestras aulas son peligrosamente una réplica” de los grandes problemas nacionales a los que no hemos logrado encontrar soluciones consensuadas (Programa de Especialización de HGE/FCC, PRONAFCAP, 2010); el gobierno, y la sociedad en su conjunto, esperan que la escuela asuma la difícil tarea de convertir a nuestros hombres y mujeres jóvenes, en personas responsables y autónomas que sean capaces de contribuir a la construcción de este país, aún soñado.
Difícil labor si consideramos que las relaciones alumno-profesor, en las aulas, están sobrecargadas de las mismas taras que comprenden las relaciones gobernantes-gobernados, fuera de ellas. Son las aulas, realmente, una réplica de lo que sucede fuera de ellas; no obstante, muchas veces, algunos docentes experimentan dificultades para entender e identificar esta situación. En este caso, nuestros estudiantes llevan ventaja. Ellos y ellas, de antemano y a priori, sospechan y reconocen que algunos docentes, dentro de las aulas y durante el desarrollo de las sesiones de aprendizaje, representan y repiten todo lo que significa y es el autoritarismo en la sociedad peruana; quizá, en el mundo.
El temor a discrepar con el docente —y todo lo que ello implica, el miedo a recibir una calificación desaprobatoria, el posible maltrato psicológico al que se exponen, el acoso y la corrupción, el abuso de autoridad, etc.— es un fenómeno que muchos estudiantes admiten y explican si les brindamos la oportunidad de manifestarlo. En conversaciones informales o cuando escuchamos los diálogos y debates de estudiantes, hombres y mujeres, de la educación básica regular; escuchamos la misma historia, en las que los estudiantes son los grandes perdedores, o las víctimas.
Es casi imposible que nuestros adultos de ahora —alumnos y estudiantes, de ayer— se comporten como personas cooperantes y participantes en el proceso de construcción de un país donde la armonía, la fraternidad, la justica y la equidad sociales, sean las características principales de su presente y futuro. Difícilmente lograremos consolidar y sostener la democracia como estilo de vida en el país, si desde temprana edad, en nuestras escuelas, estamos expuestos a situaciones que contradicen y hasta niegan, sus fundamentales principios.
Si bien es cierto, la educación es una responsabilidad compartida que demanda el involucramiento de todas las instituciones —públicas y privadas— del país; es la escuela de la que se espera la mayor contribución, esfuerzo y esmero. El primer objetivo de la EBR, es “Formar integralmente al educando” para que sea capaz de “organizar su proyecto de vida y contribuir al desarrollo del país”, nos plantea la Ley Nº 28044. La palabra clave es, “integralmente”. La persona sujeto de formación, el estudiante, entendido como una totalidad, harto compleja y efervescente.
El educando va a la escuela a ser “formado”. Las familias, la sociedad y el país entero, confían en que esa “formación integral”, la que contribuirá a forjar ese nuevo país de hermanos que tanto soñaron nuestros antepasados y que tanto anhelamos hoy en día, se está dando, se está haciendo; está en proceso. Ello implica que la persona que asume el papel de docente, de “formador” en este caso, es una persona integral, en todas las acepciones del término. Una persona capaz de entender que el proceso de “formación” dado en las aulas, está constituido no sólo por discursos, sino, y fundamentalmente, por actos. Praxis, ejemplos, hechos evidentes. Antes que slogans, lemas, refranes, poesía; el proceso de formación, tan complejo como permanente, necesita asentarse en conductas y comportamientos del docente —dentro y fuera de las aulas—, pertinentes a la meta perseguida. Libertad, fraternidad, igualdad. El docente, convertido en paradigma de ciudadanía.
La formación ciudadana, en consecuencia, se convierte en la base de todo el proceso formativo, si entendemos que la ciudadanía constituye un conjunto de actitudes favorables a la construcción de una convivencia social saludable. Si en ello fracasamos; fracasaremos todos.

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