viernes, 7 de enero de 2011

LA INVESTIGACIÓN-ACCIÓN

Si tratáramos de señalar alguna característica de la investigación-acción, que la muestre como una alternativa diferente frente a las otras metodologías científicas, que también persiguen la búsqueda de la verdad o de posibles alternativas de solución a situaciones que podríamos considerar problemáticas; es que la investigación-acción, exige a quienes se consideran involucrados en el proceso investigativo, una actitud flexible no sólo en la identificación de situaciones problemáticas, sino, en el tratamiento de ellas, en la elaboración de posibles soluciones y en la aplicación de las mismas.
Además, asume como principio, la participación colectiva en todo el proceso que implica la transformación o solución de la situación problemática u objeto de estudio. Una gran diferencia si consideramos que en las otras metodologías de investigación, el investigador es quien define y toma las decisiones unilaterales, por cuanto aceptan que sólo el investigador es el que “sabe”.
Desde que en 1946, Kurt Lewin (uno de los miembros de la escuela psicológica de la Gestalt), publicara su célebre artículo “La investigación-acción y el problema de las minorías”, el quehacer científico tradicional o clásico, ha dejado de tener el monopolio de la práctica investigativa, centrada en una visión dogmática de la naturaleza y de la sociedad. Dogmática, porque al amparo del llamado método científico, ese incuestionable y vertedor de la verdad absoluta, se ignoraban y ni siquiera era aceptable pensar en otras alternativas para la interpretación de situaciones observables o para la construcción de teorías que expliquen determinadas fracciones de la realidad. (Los primeros pasos, en este sentido, ya habían sido dados por los pensadores de la llamada “Escuela de Frankfurt”).
Si alguna lectura constructiva es posible obtener a partir de la presencia variada de metodologías de investigación científica, es que, no todos los hechos o fenómenos que pueden ser abordados como objetos de estudio, son susceptibles de ser estudiados —léase: entendidos, explicados, interpretados, transformados y solucionados— de una misma manera o utilizando una sola metodología de estudio.
Y la diferencia no sólo es entre fenómenos naturales y fenómenos sociales. Entre fenómenos o hechos sociales, también es pertinente el empleo de metodologías diferentes, de acuerdo al contexto en el que se presenten. Y contexto, implica no sólo espacio geográfico; también, histórico.
Evidentemente, el meollo del debate está constituido por las concepciones que manejemos o asumamos, consciente o inconscientemente, de aquellos términos o fenómenos culturales que jamás han dejado de intervenir en nuestro complejo proceso de crecimiento como humanidad. Me refiero a “verdad”, “conocimiento”, y “realidad”.
Parafraseando a Thomas Kuhn, que una comunidad de científicos convengan en delimitar las definiciones de esos y otros términos implicados en el proceso de conocimiento del mundo, no basta —ni es aceptable— para que todos los seres humanos, en calidad de pensantes y reflexivos, asuman esa convención.
Ahí es cuando la investigación-acción, es una de las alternativas metodológicas que aparece para ofrecer nuevas maneras de abordar la realidad particular de y por cada grupo humano, otorgando a sus integrantes, la oportunidad de intervenir abiertamente, en la identificación de sus situaciones problemáticas, en la elaboración y aplicación de medidas de solución, y en la asunción de una actitud autorreflexiva sobre sus propias acciones y prácticas. En este proceso, el experto, el especialista, el que todo lo sabe; simplemente, desaparece. La investigación-acción es ello: todos y todas, en igualdad de condiciones, somos expertos y especialistas en nuestros contextos o micro-realidades, en el tratamiento de nuestras situaciones problemáticas.
(Artículo publicado en el Diario LA INDUSTRIA de Chiclayo, el día jueves 06 de enero de 2011, en la página A-2).

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