jueves, 13 de enero de 2011

LA TIRANÍA DEL MÉTODO CIENTÍFICO

Puede sostenerse que el método científico (aquel que asume al positivismo como una filosofía monopólica de la “verdad” científica), es una de las criaturas más importantes de la civilización. Criatura que ha revelado un poder de convencimiento sumamente eficiente en los últimos siglos. Pero es también, en los últimos 100 años, cuando ha visto emerger otras criaturas de su naturaleza y homólogas en sus propósitos (metodologías científicas que responden a otros paradigmas), contra las que ha participado en un abierto enfrentamiento aún inconcluso; sin embargo, lo ha mostrado vulnerable y susceptible a críticas, cuestionamientos, y frente a los fenómenos sociales, revelando un envejecimiento irreversible e inevitable.
Cuando en el año 1975, Paul Feyerabend, sostenía que la ciencia es “la institución religiosa más reciente, más agresiva y más dogmática”; o cuando Karl Popper (1934) escribía que “siempre será un asunto a resolver por una convención o una decisión el de a qué cosa hemos de llamar una ‘ciencia’ o el de a quién hemos de calificar de ‘científico”; o cuando Thomas Kuhn (1962) afirmaba que “el conocimiento científico, como el idioma, es, intrínsecamente, la propiedad común de un grupo, o no es nada en absoluto”; eran suficientes razones para prestar atención a los argumentos que desmitifican o destronan al método científico positivista.
Los motivos desde los cuales se explican y pueden asumirse actitudes en contra del monopolio de la verdad científica conferido al método científico positivista, derivan o responden a la naturaleza misma de los objetos de estudio o fenómenos observables, antes que a su propio proceso. Esto es, la complejidad revelada o inherente a todo fenómeno observable, frente a nuestro afán por entender y explicar todo lo capturado por nuestros sentidos y sensaciones, aferrados a nuestra lógica particular y limitada; nuestros esfuerzos epistemológicos, resultan insuficientes. Precisando, las limitaciones del método científico para explicar todo objeto de estudio, obedece a que el método científico es una de las tantas creaciones nuestras. Y toda obra nuestra, es inacabada, susceptible a infinitas modificaciones, y falible.
Sin embargo, raras veces vacilamos cuando se trata de aceptar los resultados del método científico positivista como una verdad indiscutible, aún cuando se trate de fenómenos pertenecientes al campo de las ciencias sociales. Es en este campo, cuando necesitamos, ahora más que nunca, de otras alternativas o metodologías de investigación que nos permitan, cada día, una aproximación más coherente a nuestros contextos, a fin de hallar respuestas satisfactorias a la diversidad de inquietudes o problemas que perturban nuestra existencia en sociedad. Frente a ello, la metodología científica que prioriza el empleo de métodos cuantitativos para, por ejemplo, explicar e interpretar fenómenos como el desempleo, la pobreza, la delincuencia o la deserción escolar, se muestra deficiente, poco útil y hasta susceptible de proveer una gráfica equivocada o absurda de su objeto de estudio.
Si bien no hemos logrado aún concertar o consensuar una definición de ser humano, ni siquiera con esfuerzos interdisciplinarios —ya que todo esfuerzo humano, entendemos, no tiene otro fin que atender y satisfacer al propio género humano—, han emergido metodologías científicas alternativas que proveen un trato especial y muy particular a los seres humanos involucrados en sus objetos de estudio. Es el caso de la investigación-acción, metodología que prioriza y otorga suma importancia a la participación colectiva de los grupos humanos, como agentes autorreflexivos y autoevaluativos de sus propias prácticas sociales e individuales, con el objetivo de mejorarlas, transformándolas participativamente. Obviamente, toda práctica individual, está inserta y responde a una lógica social o de grupo.
Concluimos, entonces, que una vía de liberarse de la tiranía del método científico positivista que se ha mostrado impertinente en el tratamiento de problemas sociales —y no sólo de estos, según Habermas, Lakatos, Chalmers, Bachelard, Feyerabend, Stenhouse, Elliott, entre otros—, es la metodología de la investigación-acción. Nuestras percepciones y acciones, asumen validez científica.

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