domingo, 22 de mayo de 2011

RECETAS Y ESTRATEGIAS POLÍTICO-CULINARIAS

Hace pocos días, el Presidente de la República, Alan García, pareció ser uno de los participantes de aquel programa radial denominado “Los que más saben”. Por sus respuestas al ícono de la cocina peruana de los últimos tiempos, Gastón Acurio; trató de subestimarlo y marginarlo, restándole importancia a sus comentarios sobre el debate de los transgénicos que actualmente está jugando su papel casi protagónico en pleno proceso de la Segunda Elección Presidencial.
Bien pudo haber dicho Alan García: “Zapatero, a tus zapatos”, como bien pudo haberse dicho hace décadas atrás en esta misma república, “mujer, a la cocina”, “analfabeto a la chacra”, “burro, a tu pasto” o “herrero a tu yunque”. Acurio, es un compatriota y un artista de la cocina; un especialista culinario que ha logrado un reconocimiento dentro y fuera de nuestro país. Pero, antes que todo ello, es un ciudadano peruano. Es un ciudadano. Por lo tanto, sería un suicidio político olvidar que “Es nulo y punible todo acto que prohíba o limite al ciudadano el ejercicio de sus derechos”. (Artículo 31º de la CPP).
Y pese a quien le pese, gracias al esfuerzo de todos quienes habitamos en este país; esfuerzo dirigido a consolidar la democracia —como régimen de gobierno y como estilo de vida—, en este país, a los ciudadanos y ciudadanas nos asiste los mismos derechos, en condición de tales. Más aún, cuando de por medio está en juego la toma de decisiones políticas destinadas a regular nuestras vidas, nuestro consumo, nuestro futuro, o nuestros anhelos.
De lo contrario, como los analfabetos “no saben” —ello, dirían muchos, sin tartamudear—; entonces, que no voten. Quizá, muchos peruanos o peruanas, seguros de “saber” más que los demás, no dudarían en promover, nuevamente, una legislación que facilite o permita sólo el sufragio de los profesionales. Porque muchos, aún en estos tiempos de incertidumbre y donde la ciencia no es más que una mera manera, entre tantas otras, de “conocer” la realidad, asumen con ego hinchado y soberbia, que “sólo los profesionales salvarán al Perú”.
La respuesta de Gastón, fue asertiva y precisa: “Tener el ego elevado no está bien. Tener el ego colosalmente elevado está pésimo. Pero tener el ego colosalmente elevado y ser líder de un país, eso está muy mal”. Es obvia la alusión, también el ninguneo. Alan García, después lo precisó. “Yo, no ninguneo a nadie”, dijo. Pero antes, ya había metido la pata (“la cuchara en la cocina de Gastón”, dirían algunos); “me gustaría que sobre el tema hablen los técnicos, los que saben, los biólogos, los agrónomos, esos son los que saben”.
Para el Jefe de Estado, como para otros de su comunidad, puede que el mundo se divida entre los que “saben” y los que “no saben”. Si ello es así, han hecho de la ciencia un dogma, y de ahí hay un paso para alcanzar la soberbia, la tiranía y toda otra degradación de la convivencia social, en nombre de la “razón” y el “empirismo”.
Puede ser que Alan García “sepa más” que cualquier otro peruano que nunca ha sido Jefe de Estado. Sabe tanto que se ha conferido la facultad de patear a quien camina en su delante, o de abofetear a quien se le ocurre vociferar sus pensamientos o percepciones de la política y los políticos peruanos.
Sabe tanto que es capaz de reconocer la paja en el ojo ajeno, y de identificar a todo aquel que no concuerda con su pensamiento, como su enemigo, enemigo del país, y hasta de su partido. Sabe tanto que ha olvidado que en este país, toda persona tiene el derecho fundamental de “participar, en forma individual o asociada, en la vida política, económica, social y cultural de la Nación” (Constitución Política; artículo 2º, inciso 17).
Negarle a una persona peruana que opine sobre un tema que involucra la toma de decisiones políticas, o solicitarle que “mejor, no hable”, y sostener aquello en la creencia o presunción que “sabe” o “no sabe”; es una actitud que revela apresuramiento o desesperación por guiar el curso de una situación, en una dirección determinada.
El debate sobre la recepción o no de los productos transgénicos en nuestro país, va más allá de la validez o no de las teorías científicas sobre ellos. No está en discusión si un producto mejorado genéticamente, es más saludable o no que un producto que no lo es; o sí resulta más económico o no. En esta pelea y de lo que ella resulte, se compromete el mercado interno de los productos no transgénicos; la situación laboral o la principal actividad económica de aquellos compatriotas que se dedican a su cultivo y producción; la canasta básica de alimentos de las familias rurales; entre otros temas, por ejemplo.
Algo similar sucede con los hechos relacionados a la exploración y explotación mineras. El fenómeno denominado “licencia social” implica un esfuerzo por ir más allá del permiso o la aceptación a las actividades extractivas por parte de la población afectada. Tiene que ver con que la población afectada o involucrada en ello, entienda y analice todo lo que implica una actividad extractiva; sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo. Sus efectos en el ecosistema, en la salud de las personas, en el estilo de vida, etc.
Y si de cocina se trata, quién puede ser mejor cocinero que un candidato en campaña. Un candidato que, junto a sus consejeros y asesores, noche tras noche, día tras día, elabora recetas casi mágicas y cocina las estrategias con un olfato bastante afinado para dar en el gusto del electorado. De un electorado cada vez más exigente, exquisito e impredecible.
Quizá, Alan García, en su condición de gobernante saliente, se halla alejado de las habilidades culinarias que demandan la elaboración, planificación, organización y ejecución de las estrategias proselitistas. Y nadie, en su sano juicio, se atrevería a solicitarle a un candidato en campaña, que deje de bombardear las mentes de los electores con sus productos agridulces. Promesas, sueños e ideas, que quitan el apetito y eliminan toda esperanza de mejora.
Mientras tanto, Keiko oferta diariamente nuevos productos que para muchos se cocinan en algún rincón de la reclusión de la DIROES; y Ollanta, cada día menos calmo, parece mostrar que las recetas se le han terminado, dado que sus chefs ya probaron todas las alternativas, y sólo se han quedado con la sal.
La tarea es difícil, sobre todo para los organismos electorales, especialmente para la ONPE y el JNE. ONPE, en cuanto a la garantía de un proceso electoral transparente y confiable; y el JNE, velar por el cumplimiento de las normas electorales, básicamente, las referidas a la neutralidad que debe asumir toda autoridad y representante político; así como lo referido a la publicidad estatal. Un presidente regional ya ha sido sancionado por ello; otras autoridades, se están librado. El JNE, puede actuar de oficio, porque son conductas visibles desde cualquier ángulo o tribuna. El cumplimiento de la ley, es tarea de todos y de todas.

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