domingo, 26 de febrero de 2012

INDIO, SERRANO Y CHOLO

Publicado en el DOMINICAL del día 26 de febrero de 2012
En diciembre del año pasado, en un cine de la cadena UVK en Miraflores, el ciudadano cuzqueño Ricardo Apaza, salió al baño y no se le permitió ingresar para continuar mirando la película. Podría haber sucedido que Ricardo Apaza, no sólo por su fisonomía que no hace juego con la europea o norteamericana, que para algunos peruanos y peruanas es el paradigma de la belleza humana y hasta el ícono de la superioridad intelectual, sino por la vestimenta típica de su terruño, provocó todo ese embrollo que obligó al administrador de la sala, pedir disculpas y alegar que todo fue producto de la confusión.

En la segunda semana del presente mes, durante la proyección de una película en un cine del distrito de Chorrillos en Lima, el hijo adolescente de la actriz Celine Aguirre y el cantante Miki Gonzales, resultó involucrado en un confuso incidente con la pareja Michel Morales y Miriam Rocío, donde los insultos sobre el origen y características fisonómicas de la pareja por parte del adolescente, fueron el eje de la disputa. Disputa donde los agravios, verbales y físicos, de uno y otro lado, aún están poco claros.

En ambos casos, las diferencias —básicamente, fisonómicas— fueron la raíz de las actitudes discriminatorias que echó lodo en el rostro del país y el Estado, ante la permanencia de actitudes racistas que nos regresan a tiempos en los cuales el color de piel, principalmente, se convertía en una frontera impenetrable y separatista entre seres humanos, como si fueran de planetas distintos o de naturaleza diferente, y en el peor de los casos, era un factor capaz de provocar horrendos crímenes y genocidios que nos recuerdan que aun no hemos abandonado la caverna ni el temor a la oscuridad.

Hasta un ex presidente hablaba de ciudadanos de primera y de segunda clase; no satisfecho con ello, se permitió escribir y publicar algunos artículos donde ensayaba su tesis del perro del hortelano para referirse a aquellos que no concordaban con su filosofía de desarrollo del país. Y si estaba en contra del perro del hortelano, no cabe duda que estaría orgulloso con el “chulillo del minero” (no sé hasta qué punto puede permitirse hablar del “perro del minero”), para estar en onda con la bonanza extractiva de minerales que actualmente caracteriza al país.

Este mismo ex presidente, quizá, haciendo gala de su filosofía perruna, anteriormente había proporcionado un “pequeño” puntapié a un ciudadano que se interpuso en su delante en una marcha callejera, y a otro —aunque no pudo probarse fehacientemente—, le propinó una bofetada en respuesta al adjetivo de “corrupto” que le vociferó.

Al margen de los nombres y apellidos de los personajes involucrados en las lamentables escenas racistas y discriminatorias, y de los espacios públicos donde se han producido, está en juego la necesidad de pertenencia que hace falta o que aun no terminamos de construir como un factor prioritario en el proyecto de consolidar el país. Y la responsabilidad es principalmente del estado peruano. “El peruano es un estado parcializado, inefectivo, ineficaz y poco o nada transparente. La mayoría de los peruanos no se siente defendida ni representada por él”, escribe Sinesio López; de manera similar, Jaime de Althaus escribe que “Parte importante del Perú sigue siendo un territorio ajeno para el Estado peruano… El Estado peruano está recién en formación”.

Lo que aparentemente puede parecernos simples vocablos o términos sin mayor connotación agresiva e insulsa, indio, serrano y cholo, se convierten en instrumentos y armas de ataque en los discursos de algunas personas que de alguna extraña manera han cultivado en sus esquemas ideológicos concepciones que impiden la cohesión social en torno a un proyecto de país donde la solidaridad y la fraternidad se convierten en referentes a favor de una convivencia saludable. Pero las actitudes racistas y todas las que de ellas se derivan, son cosas que conviven con nosotros desde muchos años atrás, por no decir siglos.

La discriminación como un arma letal, no sólo se presentó en la Alemania de la primera mitad del siglo XX. Es una inmundicia que nos obsequia su peculiar aroma a cada paso que damos por nuestras calles y plazas, en los pasadizos, ventanillas y oficinas de las instituciones públicas y privadas, y en cualquier otro rincón de este suelo —tan rico en minerales y otros recursos naturales, dirían los más optimistas— llamado Perú.

El Informe Alternativo presentado al Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de las Naciones Unidas – CERD, sobre la situación del racismo en el Perú, de julio de 2009, considera que la discriminación racial es “uno de los principales problemas pendientes a enfrentar para la consolidación de la democracia real en el país”. Pero lo grave es que en el “Perú no se han adoptado medidas reales y efectivas a nivel nacional para garantizar la promoción adecuada de los grupos e individuos” ante las agresiones racistas, sostiene el Informe.

El actor peruano Christian Meier, escribió por medio de su cuenta en twitter que “El racismo es el cáncer que destruye la unión de un país”. No le falta razón al actor, porque las actitudes discriminatorias y racistas están presenten en todos los espacios donde interactúan peruanos y peruanas. Incluso, “las fuerzas del orden peruanas utilizan con frecuencia el perfil racial como criterio de identificación de los sospechosos de haber cometido un delito”, señala el informe presentado al CERD.

Ya en el siglo XVIII, el pensamiento liberal en el Perú, a través de su vocero “El Mercurio Peruano”, difundía una descripción del indio que ahora nos parecería aberrante y vergonzoso: “Tiene el cabello grueso, negro, lacio; la frente estrecha y calzada… el sudor fétido, por cuyo olor son hallados por los podencos”. Y en los años 40 del siglo XX, nos recuerda Manuel Jesús Granados, una consigna proselitista del APRA fue “contra el cholo barato y el azúcar cara”, evidenciándose la discriminación laboral de la que era víctima el ser humano considerado cholo.

El mismo analista enfatiza que “el racismo en la sociedad peruana, ha conseguido que la discriminación y la marginación se hayan institucionalizado en el mercado de trabajo, en la educación, en la política, y en cualquier otro quehacer cotidiano de las personas”. Conclusión que es confirmada por la CVR después de su extenso estudio y análisis del conflicto armado vivido en las últimas décadas del siglo XX. La Comisión señala que “Las diferencias raciales y étnicas en el Perú son criterios de la desigualdad social y fueron invocadas por los perpetradores para justificar las acciones cometidas contra quienes fueron sus víctimas”.

(Si miramos el comportamiento del electorado y twitteadores frente a los candidatos de las elecciones generales 2011, que ocupaban los primeros puestos en las preferencias de la ciudadanía, aludían a un candidato cholo, un gringo, una china y un serrano arribista).

El artículo primero de la Declaración sobre la Raza y los Prejuicios Raciales de la UNESCO, sustenta que “Todos los seres humanos pertenecen a la misma especie y tienen el mismo origen. Nacen iguales en dignidad y derechos y todos forman parte integrante de la humanidad”, y más adelante, en su artículo segundo, afirma que “Toda teoría que invoque una superioridad o inferioridad intrínseca de grupos raciales o étnicos… carece de fundamento científico y es contraria a los principios morales y éticos de la humanidad”.

Igualmente, en la décimo primera política del estado del Acuerdo Nacional, se reconoce que “en nuestro país existen diversas expresiones de discriminación e inequidad social, en particular contra la mujer, la infancia, los adultos mayores, las personas integrantes de comunidades étnicas, los discapacitados y las personas desprovistas de sustento, entre otras”. (La pobreza y extrema pobreza, son factores de discriminación, también). No cabe duda entonces, que en nuestro país, el indio, serrano y cholo, es un personaje emergido en raíces ideológicas arraigadas en las heridas inherentes a ese proyecto aún inconcluso llamado Perú. Pero el racismo, como todo elemento ideológico, no tiene raíces genéticas. Es construido, aprendido, y difundido.

A los agentes socializadores como la escuela, la iglesia, el centro laboral, la familia, entre otros, les compete tomar la iniciativa en esa lucha cruenta contra toda manifestación o indicio de discriminación de toda índole, entre seres humanos. Pero deberán ser iniciativas que derrumben los tediosos muros del mero discurso para plasmarse en praxis. A esa utopía de la equidad y bienestar entre las diversas culturas, se ha convenido en llamarla “interculturalidad”. Sobre el tema, el informe mundial sobre diversidad cultural de la ONU (2010), asevera que “La ‘diversidad’ se está convirtiendo en una consigna de adhesión entre quienes denuncian las persistentes desigualdades socioeconómicas en las sociedades desarrolladas”. La tarea, está en marcha.

7 comentarios:

  1. Hay un presidente en funciones que al igual que el hermanos que practican el nuevo racismo, la nueva xenofóbia. Lo cual demuestra que el racismo y sanguinarismo nunca provino del blanco hacia otras etnias, sino de éstas hacia el blanco. Un odio hacia el blanco por complejos raciales y culturales, tal es asi que en el perú el úlltimo presidente blanco fue Juan Velasco Alvarado y el militar Morales Bermudez. A partir de ellos solo han habido mestizos, chinos e indios que han ganado elecciones por su color de piel y origen asiático por lo que los peruanos tienen predilección. De ahí la raza cholochina en el perú.

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  2. Por supuesto que sí. Pero el racismo es ahora un fenómeno recíproco, de ida y vuelta. Obviamnete, de u otra forma, todos estamos involucrados; por lo tanto, su combate es una tarea compartida.

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  3. Cholo indio queso mote huele tocosh es la misma huevada a la hora de insultarlos ja ja... Lo malo q estas lacras sin educación de verdadera se reproducen demasiado jodieno cada año más al Perú

    El gran problema del Perú no es el sino su poblacion Jodida sino serismos como Alemania o Inglaterra países muy superados

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