En las últimas Elecciones
Generales para elegir al nuevo Presidente de la República de Perú (10 de abril
de 2016), solo acudieron a sufragar el 82% (18,734,130) del total de ciudadanos
del padrón electoral (22,901,954); mientras los que emitieron un voto nulo o
blanco, constituyen el 15% (3,393,987) de este mismo padrón.
Es decir, un poco más de siete
millones y medio de ciudadanos habilitados para sufragar[1] expresaron
su rechazo a las alternativas que compitieron por hacerse de la jefatura del
estado, mediante un voto nulo o blanco, o no asistiendo a sufragar (ausentismo
y abstencionismo). Un tercio de ciudadanos, puede sostenerse, entre otras
cosas, que rechazaron a las alternativas en competencia, o que no concuerdan
con las reglas de juego de nuestra democracia, o que simplemente, no tienen
nada que agradecerle. Rechazaron a todos los candidatos y candidatas.
Que ello es parte de la democracia,
sí; que los desacuerdos, el disenso y las diferencias de criterio, le son
inherentes, también. Pero ello no basta. Más aún, si observamos que a la
democracia nuestra se la considera y trata como la última de las religiones
dogmáticas en proceso de expansión en su objetivo de apoderarse de todas la mentes,
excluyendo –al menos, por ahora; más adelante quizá, hallarán algún mecanismo
para exterminarlas-, a aquellas mentes que de pronto la cuestionan, la contradicen
y la rechazan.
Frente a ello, y con el agravante de la obligatoriedad
del voto (el extremo de lo absurdo: debo elegir a una opción entre varias,
cuando ninguna de ellas prefiero)[2],
aparece en escena el voto nulo o viciado[3] y
el voto en blanco. Tan legítimos como el voto válido. Sí, son legítimos. Constituyen
una opción, una alternativa, un escape de la tormentosa idea de librarse de la
sanción pecuniaria, y de la aflicción que producen los discursos sin sentido
que defienden a esta democracia periódica de ánfora. El voto es obligatorio, he
ahí, el absurdo, lo descabellado, lo inútil, lo enfermo de nuestra democracia. El
voto es un derecho, pero lo convierten en deber, al concederle la
característica de “obligatorio”[4].
Además, si “los votos nulos y
blancos, sumados o separadamente, superan los dos tercios del número de votos
emitidos”, se anula el proceso electoral[5]. Entonces,
sí constituyen una alternativa legítima para expresar rechazo a un proceso
electoral, si las alternativas en competencia, no son de mi preferencia. Asimismo,
el no asistir a sufragar, también es una opción ciudadana, en tanto, elegir y
ser elegido, es un derecho constitucional.
Concluyendo, todo discurso dirigido
a vender la idea que el voto nulo y blanco, favorece a tal o cual candidato, es
simplemente, una estratagema. Una siniestra estratagema.
[1] Exactamente, 7,561,811 que
constituyen el 33% del padrón electoral. El otro 67% (15,340,143 ciudadanos),
emitieron un voto válido.
[2] “El voto es personal, igual,
libre, secreto y obligatorio hasta los setenta años. Es facultativo después de
esa edad”, según el artículo 31° de la Constitución Política del Perú (CPP).
[3] El artículo 111° de la CPP, denomina
voto viciado.
[4] Los ciudadanos tienen “también
el derecho de ser elegidos y de elegir libremente a sus representantes, de
acuerdo con las condiciones y procedimientos determinados por ley orgánica”, artículo
31° de la Constitución Política del Perú. Es un derecho, no un deber.
[5] Prerrogativa del Jurado Nacional
de Elecciones, según artículo 184° de la CPP.
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