domingo, 15 de mayo de 2016

EN DEFENSA DE LOS VOTOS NULOS Y BLANCOS




En las últimas Elecciones Generales para elegir al nuevo Presidente de la República de Perú (10 de abril de 2016), solo acudieron a sufragar el 82% (18,734,130) del total de ciudadanos del padrón electoral (22,901,954); mientras los que emitieron un voto nulo o blanco, constituyen el 15% (3,393,987) de este mismo padrón.

Es decir, un poco más de siete millones y medio de ciudadanos habilitados para sufragar[1] expresaron su rechazo a las alternativas que compitieron por hacerse de la jefatura del estado, mediante un voto nulo o blanco, o no asistiendo a sufragar (ausentismo y abstencionismo). Un tercio de ciudadanos, puede sostenerse, entre otras cosas, que rechazaron a las alternativas en competencia, o que no concuerdan con las reglas de juego de nuestra democracia, o que simplemente, no tienen nada que agradecerle. Rechazaron a todos los candidatos y candidatas.

Que ello es parte de la democracia, sí; que los desacuerdos, el disenso y las diferencias de criterio, le son inherentes, también. Pero ello no basta. Más aún, si observamos que a la democracia nuestra se la considera y trata como la última de las religiones dogmáticas en proceso de expansión en su objetivo de apoderarse de todas la mentes, excluyendo –al menos, por ahora; más adelante quizá, hallarán algún mecanismo para exterminarlas-, a aquellas mentes que de pronto la cuestionan, la contradicen y la rechazan.

 Frente a ello, y con el agravante de la obligatoriedad del voto (el extremo de lo absurdo: debo elegir a una opción entre varias, cuando ninguna de ellas prefiero)[2], aparece en escena el voto nulo o viciado[3] y el voto en blanco. Tan legítimos como el voto válido. Sí, son legítimos. Constituyen una opción, una alternativa, un escape de la tormentosa idea de librarse de la sanción pecuniaria, y de la aflicción que producen los discursos sin sentido que defienden a esta democracia periódica de ánfora. El voto es obligatorio, he ahí, el absurdo, lo descabellado, lo inútil, lo enfermo de nuestra democracia. El voto es un derecho, pero lo convierten en deber, al concederle la característica de “obligatorio”[4].

Además, si “los votos nulos y blancos, sumados o separadamente, superan los dos tercios del número de votos emitidos”, se anula el proceso electoral[5]. Entonces, sí constituyen una alternativa legítima para expresar rechazo a un proceso electoral, si las alternativas en competencia, no son de mi preferencia. Asimismo, el no asistir a sufragar, también es una opción ciudadana, en tanto, elegir y ser elegido, es un derecho constitucional.

Concluyendo, todo discurso dirigido a vender la idea que el voto nulo y blanco, favorece a tal o cual candidato, es simplemente, una estratagema. Una siniestra estratagema.




[1] Exactamente, 7,561,811 que constituyen el 33% del padrón electoral. El otro 67% (15,340,143 ciudadanos), emitieron un voto válido.
[2] “El voto es personal, igual, libre, secreto y obligatorio hasta los setenta años. Es facultativo después de esa edad”, según el artículo 31° de la Constitución Política del Perú (CPP).
[3] El artículo 111° de la CPP, denomina voto viciado.
[4] Los ciudadanos tienen “también el derecho de ser elegidos y de elegir libremente a sus representantes, de acuerdo con las condiciones y procedimientos determinados por ley orgánica”, artículo 31° de la Constitución Política del Perú. Es un derecho, no un deber.
[5] Prerrogativa del Jurado Nacional de Elecciones, según artículo 184° de la CPP.

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